31.12.05

¡Feliz año 2006!


Mis mejores deseos para todos los lectores de este espacio. Miguel y yo les enviamos un fuerte abrazo.

30.12.05

De rúbricas y recuerdos

Cuando era joven pasábamos buena parte de nuestro tiempo tratando de descifrar el secreto de los Grandes. Nos robábamos frases o ideas de las entrevistas que se publicaban, y luego hacíamos interminables borracheras en las que intercambiábamos nuestros hallazgos. Con el tiempo se fue haciendo claro que lo que en realidad buscábamos era una fórmula secreta para vivir la vida, aunque no fuera tan grande como la de aquellos Grandes que admirábamos.

Una noche alguien dio con una frase que se me quedó grabada: Uno debe ser capaz de firmar hasta su más pequeño acto. Eso era la filosofía de la vida de no recuerdo qué Grande. ¿Tú serías capaz de firmar todo lo que has hecho hasta ahora? Nos preguntamos aquella noche unos a otros. Todos contestamos, luego de unos segundos de reflexión, que no. No sólo había algunos actos que no firmaríamos, sino que negaríamos categóricamente haberlos realizado.

Recuerdo esto porque en este país, y para hablar de lo que conozco directamente, en este edificio en el que vivo, la gente es muy dada a firmarlo todo. Tanto, que para que no quede duda de la autoría, prefieren escribir todo en ves de simplemente decirlo, con tal de que la firma quede estampada.

Si alguien por descuido deja mal cerrada la puerta del elevador, un vecino firmará una petición para que se ponga más cuidado. Atentamente el señor fulano de tal. Si por error o negligencia alguien deja su bicicleta de manera que estorba el paso a un departamento, recibirá a su vez un papelito en que se le pedirá que no lo vuelva a hacer. Cordialmente la señora sutana. Y así la gente lo escribe y lo firma todo aunque lo que tengan que decir sea una estupidez. Alguno deslizará bajo cada puerta su alarma ante la vista de un ser extraño en la planta baja del edificio, alguien quien no respondió a una pregunta sobre su asunto en ese lugar y que seguro ni siquiera hablaba francés, y que si esto sigue así corremos todos graves peligros y el Señor nos ampare ante la catástrofe que se avecina. Patriotamente su vecino mangano de tal.

Tratando de seguir esta tradición, hace dos días pegamos un cartelito junto a la puerta de entrada del edificio. En él informábamos de una reunión que esa noche se realizaría en nuestro departamento. Y por supuesto, atentamente nosotros mismos. La cadena de rúbricas se rompió a las doce de la noche, cuando la portera se presentó ante nuestra puerta en bata de dormir y se olvidó de firmar la rápida amenaza que nos lanzó de viva voz de llamar a la policía si seguíamos haciendo tanto ruido.

No sé si los habitantes de este edificio conozcan el principio del que hablé al inicio. Pero estoy seguro de que han firmado más actos de su vida que cualquiera de los que estábamos en aquella lejana fiesta de mis años mozos. Y estoy seguro de que eso no los ha ayudado a adquirir ninguna grandeza.

De todas formas ya sospechaba yo que aquella frase tenía más que ver con el conocimiento y aceptación de uno mismo que con una voluntad en extremo perfeccionista. Me pregunto qué pensará ahora el resto de los que aquella noche nos hicimos la misma pregunta. Aunque si en este momento me preguntaran de nuevo si firmaría todo lo que he hecho, creo que aún diría que no.

¿Y usted?

28.12.05

La enfermedad del tiempo

El tiempo anda mal. Para intentar sanarlo, el Hombre le inyectará un segundo vía intravenosa justo a la medianoche del próximo treinta y uno de diciembre. Y es que el tiempo, como todo, también cambia. En su camino a la extinción, la Tierra hace también lo suyo y año con año varía casi imperceptiblemente la duración de su movimiento rotatorio. Es decir, cada año dura un poco más que el anterior.

Sin embargo yo tengo la impresión de que las cosas suceden exactamente al revés. Cada vez los años duran menos. Como las lavadoras o los carros, o las guitarras o los libros. Pero éstos al menos tienen la ventaja de ser cada vez más baratos, al menos en apariencia, mientras que los años son cada vez más difíciles de vivir. Esto deja ver que el tiempo, a pesar de la excelente campaña publicitaria que le regaló Einstein, no ha aprendido a cotizarse en nuestra sociedad de consumo y se ofrece, año con año, degradado y encarecido.

O el tiempo es un gran imbécil, o es un gran altermundialista. Después de todo, no es como si los estudiantes de la preparatoria de Batopilas hicieran una manifestación contra el imperialismo económico de los EE.UU. frente al quiosco de la plazuela. El tiempo es influyente. Sus berrinches contra el libre mercado se dejan sentir en todo el mundo.

Con la afirmación de que el tiempo está enfermo, sin embargo, no puedo sino estar de acuerdo. ¿Cómo se puede explicar, si no, que lo que apenas viví ayer lo recuerde como si hubiera sucedido hace meses? ¿Cómo explicar el retraso, a veces de días enteros, de la mente respecto al cuerpo en un largo viaje a más de 800 kilómetros por hora? ¿Cómo aceptar, si no, que el tiempo inyectado en nuestras vidas por un sueño corto e intenso nos envejezca más que semanas enteras de vida real?

El tiempo está cojeando. Lleva retraso respecto a la vida. Un segundito, dicen los expertos. Un pequeñísimo segundo, insignificante para todo lo que no se rija por la tecnología de punta, incomprensible y globalizada. Inyectémoslo pues, no faltaba más. Nosotros mismos hemos aprendido a aguantarnos la muerte gracias a las inyecciones. Aunque terminemos siempre por retomar el mismo paso torpe y lento, aunque volvamos a vivir irremediablemente atrasados respecto al tiempo, corriendo siempre detrás de él.

20.12.05

Escuchado ayer por la noche:

Descontando los niños de religiones no relacionadas, así como los que viven en zonas que por demasiado pobres no están incluidas en el itinerario, Santa Claus debe visitar, en la noche de navidad, sólo 300 millones de entre los más de 2000 millones de niños que hay sobre la tierra. A un promedio de 3 niños por hogar, el itinerario se reduce a 100 millones de visitas.

Cuando los coreanos se liberaron del yugo chino, sus gobernantes consideraron que debían deshacerse de toda influencia cultural del gran imperio. Crearon entonces un nuevo alfabeto a partir de cero y una nueva escritura para su lengua, única nacida de manera totalmente premeditada y racional, y que prevalece hasta nuestros días.

Ubicando los 100 millones de hogares distribuidos en una hipotética línea que rodea la tierra, el trineo de Santa Claus debe viajar a una velocidad mil veces superior a la del sonido, y detenerse cada 1,4 milésimas de segundo a dejar regalos en un hogar.

“El drama de nuestra época es que incluso aquel que no tiene nada está convencido de que tiene mucho que perder”

Para alcanzar la velocidad requerida el trineo de Santa debe sumar alrededor de 250 mil renos de los más veloces.

En la República Centro Africana los nativos no tienen derecho a poseer un negocio y nadie, nativo o extranjero, tiene derecho a tomar fotos.

El calor producido por la fricción con el aire a tan alta velocidad es tan grande, que quemaría a los 250 mil renos del trineo de Santa en 4 milésimas de segundo.

La felicidad del hombre no es posible sin la lengua alemana. Lamentablemente, ésta está destinada a desaparecer.

Puesto que el trineo de Santa se detiene cada 1,4 milésimas de segundo, sólo la cuarta parte de los renos se quema a cada escala. Parte del trabajo a realizar, mientras Santa baja por la chimenea, deja los regalos, se come las golosinas que le dejan los niños, y vuelve a subir por la chimenea, es sustituir los 50 mil renos calcinados por otros vivos.

Ya es tarde, vámonos a dormir.

19.12.05

Café de ensueño

Con frecuencia bajo al café de la esquina y me pongo a escribir. Me gusta porque es un café grande, con un pequeño salón al fondo casi siempre solitario. Y sobre todo porque los meseros son, si no simpáticos, al menos no pedantes: serviciales y precisos, parecen trabajar con el objetivo de lograr que el cliente disfrute su café como si estuviera solo, con el espectáculo del café como fondo.

Durante mucho tiempo fueron los comentarios de otras personas los que me hicieron saber que por las noches ronco. Algunos opinan que es apenas un tímido ronroneo, otros que un ruido molesto que les impide dormir. Pero mientras no fui testigo de mis propios ronquidos las diferentes descripciones que los demás hacían me parecían divertidas.

En el barrio del café Parodi hay algunas escuelas, una estación de trenes, muchos mini comercios, algunas zonas de inmigrantes y mucha población mayor. De modo que la clientela habitual es muy variada. Se ven jóvenes estudiantes, turistas que huyen de los MacDonalds, algunos inmigrantes y sobre todo muchos jubilados. Y también un perro, parte de la familia silenciosa que se encarga del café.

La primera vez que me escuché roncar a mí mismo fue durante un viaje en avión. Yo estaba tan fatigado que en cuanto me senté que me quedé dormido. Me despertó un rugido extraño, tan fuerte que abrí los ojos desconcertado. Pero en el instante la tranquilidad de la cabina me calmó, y pensé que tal vez había soñado con aquel ruido. Apenas unos segundos más tarde me volví a dormir, sentado y con la cabeza colgando sobre un costado. No tardé mucho en despertar con un sobresalto parecido, ante un nuevo rugido, hacia la calma de los pasajeros que leían o conversaban bajo el zumbido de la nave.

A la hora que llego el perro está echado bajo una de las mesas del salón del fondo. Las sombras y las patas de las sillas camuflan su pelo moteado de negros y marrones. En los momentos en que la escritura me sume en un estado de ausencia cercano al sueño, un rugido profundo y largo me congela frente al texto. El recuerdo de aquel viaje en avión me viene a la memoria, y me creo durmiendo y roncando, para molestia o diversión de los demás viajeros. Me digo que debo despertar, pero cuando busco sin éxito el avión y su zumbido, y me veo obligado a escuchar con más atención el rugido que aún prevalece, el oído me lleva hasta el rincón bajo las sillas en las que el perro moteado duerme apaciblemente.

He experimentado muchas sensaciones emparentadas con el sueño o sus perversiones. Pero esta somnolencia múltiple, tan particular que me impide escribir una palabra mientras permanece, es algo fuera de lo común. Al ensueño de la escritura se une la incómoda conciencia de los propios ronquidos, revividos en los pulmones de un perro, a la anestesia del avión en el aire y a los clines de las cucharitas contra las tazas. Y todo sin tener hacia dónde despertar.

16.12.05

It’s getting better all the time

1.- La Asamblea General francesa aprobó una ley que busca que en los programas escolares se reconozca el "rol positivo" de la presencia francesa en sus ex colonias.

2.- George Bush dijo que ahora que se acuerda la tortura es mala, y que tan es así que va a apoyar la propuesta de aclararlo en una ley norteamericana. Esto para que ya nadie diga que los EE.UU. son como los terroristas.

3.- México tiene la taza de desempleo más baja de todo América y Europa.

4.- Ayer fue un día histórico: el administrador de nuestro edificio cumplió una loable, generosa e importantísima tarea que mejorará la vida de todos los vecinos y la del barrio entero. Bajo nuestra puerta encontramos el siguiente documento:

Señora, Señorita, Señor:

Le recordamos las disposiciones del artículo XXX del reglamento sanitario de la ciudad que estipula:

“QUEDA PROHIBIDO ALIMENTAR A LOS PICHONES SOBRE LA VIA PÚBLICA Y EN LOS ESPACIOS PRIVADOS BAJO PENA DE UNA MULTA DE 138€”

Toda persona sorprendida en flagrante delito alimentando a los pichones deberá dar explicaciones y será objeto de eventuales procesos.

En consecuencia, le recomendamos conformarse a esta reglamentación.

El administrador



Recta final

El alemán la tenía. Iba bastante adelantado en la puntuación y fue convocado a una segunda entrevista. Se buscaba compensar su mala pata durante la primera. Era suya. Pero el alemán dijo que quería encontrar algo que estuviera libre más pronto. Y la dejó ir. El alemán se reportó ayer: no ha encontrado nada más y pregunta si todavía está convocado a su segunda entrevista. Esté pendiente...

14.12.05

1- Todo el día estuve de mal humor. Hasta que me tomé un café.

2- Algunas grandes figuras de la literatura y la historia murieron a los cincuenta y un años. Entre ellos Proust, Molière, Napoleón, Mahler y Balzac.

3- Para hacernos una idea de lo que esto podría significar, basta pensar en que si Victor Hugo hubiera muerto a los cincuenta y un años, el mundo no conocería algunas obras como 93 y Los miserables.

4- Balzac murió entre terribles sufrimientos, el cuerpo devastado por los litros de café que tomaba diariamente.

5- Al paso que voy, a los cincuenta y un años mi nombre no será ni la sombra de cualquiera de los arriba citados.

6- Aún bebiendo el doble de café que Balzac.

7- Existe otra forma de zafarse el mal humor: leer a Francisco Hinojosa.

8- ¿Alguien sabe si Balzac murió malhumorado?

9- No es posible vivir hacia atrás hasta el siglo XIX para que a uno lo pueda leer Balzac.

10- Espero que Hinojosa y yo vivamos muchos años hacia adelante.

11- Y que Ana llegue con más café porque ya se nos acabó.

12.12.05

Ora sí, la cumbia se puso de moda en Île de France. Y la culpa esta vez no es de los colombianos, sino de los argentinos. Llegué al Studio de l'Hermitage engañado por la promesa de un grupo multinacional con repertorio tradicional colombiano. No tardé mucho en darme cuenta de que no sólo todos los músicos y músicas eran argentinos, y por lo tanto, si aceptamos que ese país es uninacinoal, provenientes de una sola nación, sino que además eran desaforada y exclusivamente cumbieros. Luego del esperable berrinche inicial, y de que ni siquiera la belleza de la saxofonista me calmara, comencé a relajarme con ayuda de unos buenos tragos, y a darme cuenta de que los chés no tocaban nada mal. Es verdad que faltaban el calor y el sabor antillanos sobre el escenario, y también que la arritmia blanca se ofreció sin empacho toda la noche, reconociéndose tal vez en sus orígenes tras su larga cadena de exilios. Pero no pude menos que aceptar que el repertorio estaba cuidadosamente escogido entre lo mejor de la cumbia (Soledad, La pollera colorá, etc.), además de interpretado con el conocido buen oficio gaucho y con placer casi antillano. O tal vez fue el efecto de las colombianas que pronto nos rodearon con sus anchos bailes. El caso es que a media hora de iniciado el concierto no cabía ninguna duda de que aquel grupo era todo un éxito, que los presentes estaban dispuestos a todo por tenerlos tocando la noche entera, y que yo no podía parar de bailar cumbia aunque quisiera, pues me lo impedían la turba sudorosa y el sabor a tierra caliente que surgía de mis entrañas tropicales. La cumbia estaba irremediablemente de moda en Île de France.

11.12.05

Los candidatos

He estado ocupado recibiendo la visita de personas interesadas en rentar una recámara en mi casa. Aquí una primera preselección. Quien se crea en condiciones de dar consejos, siéntase libre de hacerlo. Se le agradecerá públicamente, pero no garantizo satisfacción a cualquier demanda.

1.- Joven francesa. Vino en carro. Se presentó bien arreglada, dicharachera y sonriente. Se instala apenas en la ciudad, proveniente de provincia. Habló de su trabajo en la asistencia social de manera entusiasta. Se guardó hasta el final la carta de los dos gatos con los que viene incluida, y a los que no puede tener en la casa donde ahora duerme porque a su hermana no le gustan. Yo esperé mucho menos para decirle que los gatos me provocan reacciones alérgicas.

2.- Alemán estudiante de filosofía y ciencias políticas. Llegó tarde, vestido de negro y hablando mal francés. Cuando su entrevista se cruzó con la de una chica francesa, quien además llegó acompañada de una amiga con problemas para dejar de hablar, pareció decepcionado. Sin embargo no se rindió. Intervino en la charla en varias ocasiones con poco éxito. Mirada sincera y gestos amables.

3.- Francesa muy joven recién llegada de Bretaña. Muy sonriente. Diríase que abierta a entablar conversación con casi quien sea por el tiempo que sea. Amiguera, pues. Trabaja en el mantenimiento de un sitio Internet. Piel muy blanca, ojos poco descansados. Llegó riendo a carcajadas con una española con quien salía por primera vez.

4.- Estudiante de teatro, funcionario de la educación nacional en periodo de transición. Si quiere realizar su sueño de ser actor, debía abandonar su trabajo a contrato indefinido en un pequeño pueblo del País Vasco para ir a la capital. ¿No creíamos? Mirada entusiasta, casi inocente a pesar de la edad. Maneras francas y necesidad de ensayar a gritos sus parlamentos en su recámara de vez en cuando; espera muy sinceramente que esto no resulte molesto.

5.- Joven bretona acompañada de amiga bien vestida, callada y también bretona. Trabaja en algo poco recordable, de horarios muy fijos y sin demasiados riesgos. Sonríe pero no mucho. Capaz de hablar pero también de callar. Cabello en rizos sobre los hombros. Su tono de voz suave se antoja conveniente para un "qué tal" prudente luego de un asqueroso día de lluvia y frío. No que tenga programados muchos, pero nunca se sabe.

6.- Tejana que vive fuera de su planeta desde hace bastantes años. Lo que más extraña de Tejas es la comida mexicana. Trayectoria tormentosa y un poco demasiado familiar. Sonrisa contagiosa y eficaz, a juzgar por los estragos causados entre algún amigo poco tímido durante una accidental incursión en nuestros ritos sociales.

7.-
Joven búlgara con nombre ruso. Estudiante de lengua rusa y ciencias políticas. Además trabaja como edecán en diferentes eventos. Circula por la ciudad con su disfraz de mujer bella y sin tema de conversación. Al llegar pidió sin complejos un sitio donde ponerlo a salvo de las arrugas durante su estancia. Se interesa por la información de los servicios secretos soviéticos, la corrupción en México y la percepción en América Latina de la crisis de los misiles cubanos en el 63. Insiste de manera un tanto necia que tiene un fuerte acento extranjero.

8.- Enfermero de inexplicable especialidad, norteamericano y de voz muy fuerte. Como en ningún otro país del mundo existe su puesto se dedica a enseñar inglés a niños franceses. Confía en que hay suficiente trabajo para vivir seis vidas. Miró apenas la recámara y se sentó a la mesa a hablar con una asombrosa incapacidad de silencio. No tocó su té. A las horas de haberse ido envió un correo electrónico preguntando el tamaño de la habitación, si estaba amueblada y si en el departamento había baño. ¿Había una ventana?

Las votaciones quedan abiertas a partir del momento de la publicación de este texto y hasta nuevo aviso.

6.12.05

Sobre temas distintos al tarot

A la loca, compulsiva carrera hacia la acumulación que caracteriza nuestro tiempo, podemos sumar de manera definitiva una histérica adicción por la inmediatez. No sólo hay que tener más, hay que tenerlo más rápido. Nos hemos vuelto salvajemente primiciadictos: hay que tener más que cualquier otro, antes que cualquier otro.

Yo iba a escribir hoy sobre el tarot, pero otro blogero me ganó la anécdota. Y aunque en principio no importa puesto que, aunque se trata incluso de la misma escena, su experiencia puede (y seguramente es) distinta de la mía, y por lo tanto lo que ambos podamos escribir sobre ella será diferente, la coincidencia me llevó a pensar en lo de la inmediatez y a abandonar el tema del tarot.

La primiciadicción, reciente y aún en desarrollo, tiene sin duda un fuerte promotor en Internet y en otras deslumbrantes aplicaciones del desarrollo tecnológico. Su forma más perfecta se encuentra en las emisiones televisivas.

Todas las grandes cadenas de noticias envían a sus reporteros a las zonas de guerra, con la misión única de obtener más información que los demás, antes que los demás. Estos obedecen y casi se matan entre ellos, o se hacen matar por otros, con tal de alimentar nuestra última gran adicción. Si yo trabajara para una emisora, el llegar segundo a la difusión de la escena del tarot me costaría sin duda el puesto.

Y sin embargo no es un gran secreto, para quien vive bajo el régimen noticioso occidental, que una vez vista una noticia una primera vez, la segunda y tercera, aunque se la capte en otro canal de televisión o estación de radio, será prácticamente igual, y por lo tanto una repetición inútil. En lugar de hacerse repetir algo que ya se vio y escuchó, preferimos cambiar de canal o de estación y satisfacer ese otro acto compulsivo: tener más.

Esto explica por qué en nuestro sistema noticioso lo más importante es la primicia. El que obtiene la información primero gana. Los que llegan después se quedan con las migajas. El Antes. Una vez transmitida la noticia, una vez que se ha marcado un punto a favor, lo importante es buscar el próximo. El Más.

Y hablo del sistema occidental porque los demás no los conozco. Tal vez no funcionen de manera muy distinta, pero sería seguramente interesante poder ver, desde occidente, lo que se transmite en oriente.

No soy el único que piensa de esta manera. Por suerte, entre esos otros hay gente que no sólo pone palabras en un blog, sino que crea cadenas de televisión. Si todo sale como se planea en Qatar, y si el escándalo de los planes secretos del Pentágono para bombardear Al-Jazira no pasa de moda demasiado pronto, el proyecto de esta cadena para abrir un canal internacional de noticias en inglés tal vez llegue a realizarse.

Si esto sucede será posible, luego de haber visto una información en CNN o la BBC, darse una vuelta por Al-Jazira en inglés y enterarse de una versión distinta. La participación del inglés Nigel Parsons, periodista de larga carrera, como director del nuevo canal, hace esperar una competencia seria.

Esta posibilidad contradice en parte la práctica de la primicia, pues habrá que invertir más tiempo en un acontecimiento que ya conocemos. Pero sólo si se quiere. Dos versiones de un solo acontecimiento limitan la posibilidad de conocer otros hechos más pronto, pero permiten acumular diferentes puntos de vista. Y aún se puede jugar a acumularlos antes que los demás.

La historia del tarot que quería contar ya no es primicia en la red. Pero por suerte la histeria del más y antes aún no alcanza este nuevo género, personal todavía en lo que se puede y, tal vez, si se me pasa el coraje, algún día la escriba.

Qué quieren. La vanidad es otro de nuestros vicios.

4.12.05

Faustus in Naboo

Me reuní con un grupo de amigos de la Universidad de Créteil. La sala era elegante y sobre las mesas había botellas de jugo y sidra. Habíamos acordado que yo les hablaría sobre el Doctor Fausto y Frankenstein, que ellos escucharían atentamente, y que luego celebraríamos con una cena.

La historia de Frankenstein todos la recordaban con mayor o menor detalle. Los vi asentir con la cabeza mientras esbozaba la historia del relato original de Shelley. El Doctor Fausto resultó menos conocido. Expliqué que el original Fausto fue un alquimista alemán cuya fama había trascendido fronteras. Se decía que era capaz de convertir en oro casi cualquier metal y de devolver la juventud al más arrugado viejo. Pero sobre todo pasó a la historia por un supuesto pacto con Mefistófeles, mediante el cual podría hacerse con todos los conocimientos secretos de la naturaleza.

Aventuré una comparación entre ambos personajes, y luego pasamos a la también acordada sesión de preguntas. Alguien recordó a Dorian Grey frente a su espejo, alguien más a un perro que gira buscando morderse la cola. Cuando parecía que la curiosidad comenzaba a agotarse, un posdoctorando y políglota filósofo de la ciencia italiano pidió la palabra.

Recordé el momento en que, unos minutos antes, mientras el italiano estaba sentado en mi lugar, haciendo a su vez una exposición sobre lógica matemática, lo vi tener dificultades para hablar. Como sobre la mesa sólo había sidra y jugo de frutas, le acerqué un vaso con jugo de naranja. El italiano lo apuró unos segundos después, y con un escalofrío pude sentir su dificultad para pasar el trago, para despegar la lengua, para retomar el ritmo luego de la empalagosa pausa.

Al verlo con la mano en alto me dije: Ahora sí, se va a vengar. La moderadora le cedió la palabra: "¿Crees que es posible, según lo que acabas de exponernos, identificar dentro del mito faustiano a la figura de Anakin Sywalker?"

Hubo expresiones de sorpresa, sonrisas y hasta una carcajada. El italiano me miraba serio. Desde ese punto preví dos posibilidades: la primera, la susceptibilidad italiana era de cuidado, y el filósofo me ponía en vitrina para después desbarrancarme desde más alto y con más estruendo. La segunda, el colega sólo estaba aburrido y se moría de ganas por irse a ver por décima vez uno de los episodios de la saga aludida, o por lo menos de beberse una copa hablando de él, de preferencia con alguien igual de motivado, y avanzaba una propuesta de discusión para la cena programada esa misma noche.

Por suerte para mí, esta segunda hipótesis resultó la verdadera. Me parece que sí, le dije, algo hay de Fausto en Anankin. Aunque habría que revisar sus verdaderos móviles. ¿Buscaba en el lado oscuro el conocimiento, el poder, o la ilusión del amor eterno? Aunque éstas últimas consideraciones surgieron un poco más tarde, alrededor de migajas de pan, servilletas en bola, ceniceros humeantes, copas llenas de vino y caras rojas, rojas, rojas.

3.12.05

Roma ciudad abierta

“Roma, ciudad abierta” es una asombrosa película. Ni la pantalla pequeña, ni la mala calidad de la imagen (que en algunos pasajes es casi extrema), ni la distancia temporal y por lo tanto técnica impidieron que, después del superado impacto, me preguntara: ¿pero qué carajos, qué hacen los señores de Hollywood con sus cientos de millones de dólares para que sus producciones sean tan frecuentemente tan inferiores a esto?

Que no se me tome por renegado de un cine que me alimentó de fantasías, de maravillamientos entonces huidizos, de motivos de charlas inacabables, de oscuridad suficiente para contactos reveladores. Me confieso adepto y víctima de la monstruosa Meca. Pero hay momentos en los que uno no puede evitar sentirse engañado (en realidad se trata de un desengaño, pero apenas pasado el asombro, duele más el velo que ha quedado sobre el suelo que la luz que invade violenta los ojos), y preguntarse: ¿pero qué carajos, qué piensa un tipo como Jerry Bruckheimer, un gigantesco cheque en la mano, cuando recuerda el momento en que vio su “Roma, ciudad abierta”?

No se puede pedir a todo el mundo el talento de Rosselini. Pero me resisto a creer que entre la inmensa cantidad de cineastas en ciernes no hay algunos talentos comparables a los del italiano. Y existe sin duda el suficiente dinero y sed de glorias ajenas, y una moral lo bastante cómoda para comprar legiones enteras de cineastas sin futuro.

Pero tanto se niegan unos a comprarlos, para qué buscarle tres pies al gato, como los otros a venderse antes de ver humillado al comprador. Muy legítimas ambas posturas. Pero mientras tanto el arte de más impacto sobre el planeta se hunde con todo y palomitas. Argumentar que a Rosselini el Público no lo quiere ver, cuando millones soportan a Eminem con tal de salir de casa me parece insostenible.

El tiempo apremia. No cabe esperar gran sacrificio por parte de los bruckheimers, y se corre además el grandísimo riesgo de que a alguno de ellos, en un afán por lavar su conciencia, se le ocurra hacer su remake de Rosselini. Es necesario actuar cuanto antes. Por ahora se me ocurre sólo una solución:

¡Por el futuro de las masas, cineastas talentosos del mundo: venderos!

30.11.05

Alice in chains vs Mr G

El Comogil se puso de pie y abriendo los brazos me ofreció magnánimo la última antología de Alice in chains. La edición, poco cuidada, tenía la suciedad y autosuficiencia del verdadero rocanrol. Tiempo después, en mi casa, lejos de la borrachera y las discusiones sobre el Síndrome de Han Solo comogiliano, volví a escuchar aquellas canciones que siempre lograron erizarme los pelos. Fui testigo de cómo la voz de Layne Staley, entre robótica y ultratumbosa, se niega a seguir a su portador original a través de las puertas de la muerte, deteniéndose sólo un paso atrás, en el limbo de los efectos profundos de la droga.


Pero no fue sino hasta la cuarta o quinta vez que metí el disco al lector que me di cuenta de la catástrofe. Justo después de la magnífica Would, última pieza del disco Dirt, se me apareció, como el alma de un colgado a quien se privó de santa sepultura, no el fallecido Staley sino Kenny G!
Sí, por encima de mi incredulidad, de mi irritación y de mi dignidad ofendida, se elevó desde las bocinas el sonido de un saxofón omnipresente, fluído como el aceite de ricino, dulce como un te quiero de thalía, suave como mierda fresca bajo el zapato.
Adelanté la canción tan rápido como pude, sólo para toparme de frente con una nueva pieza del intruso. Un avance más y caí en las garras de la peor versión posible de
Take five. Fue demasiado. Me negué a seguir explorando la antología, temeroso de encontrar horrores aún más grandes.
Desde entonces sigo víctima del atentado, y sólo soy capaz de escuchar los temas que estoy seguro que corresponden a los Alice, y pienso en lo mal que está este mundo cuando alguien es capaz de atentar contra la capacidad de ser feliz de una persona inlcluyendo mañosamente a Mr G en una antología de este tipo.
Mis disculpas al buen amigo Comogil, pues sé que no era su intención hacerme pasar este mal trago. Pero habrá que estar conscientes que el rocanrol editorial produce tantas maravillas como basofias, sobre todo si uno se aventura a impulsar su búsqueda hasta el barrio de Tepito o el Eje Central en el DF.
Tal vez sea cierto que los derechos de autor son el derecho divino de las modernos monarcas del arte popular. En ese caso Mr G sería un emisario poderoso encargado de castigar nuestro atrevimiento tepiteño con horribles torturas, crueles pero bien merecidas.

28.11.05

Pollo con curry

A las cinco de la mañana me despertó el pollo con curry. ¿A quién habrás salido, mijo?, me pareció escuchar a mi madre. El recuerdo de la cena volvía insistente a pesar de mis esfuerzos por dormirme. La guitarra de un africano reggae-jazzero, el rollo del mesero-buensamaritano, voluntario de la asociación que cocina en apoyo a las asociaciones que cocinan, el buen ambiente y la experiencia de un local viejo y bonito en un barrio que, todos lo juran, en poco tiempo se pondrá de moda.
El menú: rollo del mesero, sopa de chícharos bio muy sana e insípida, pollitosano con rajas de limónhuevoypiña, arroz con pimientaynosal, más rollo del mesero (otro mesero, mismo rollo), postre de pera y chocolate y, de pilón, más postre con todo y la receta, inflada con ingredientes que nadie ha visto nunca para hacer el ejercicio más interesante.

Cinco y media y mareado de dar vueltas en la cama. Hasta el sueño se me fue. Me levanto. En eso llama Miguel. Creo que estaba borracho. Se había ido de juerga con un par de ociosos y hablaba incoherencias sobre literatura y supuestos nunca vistos en el arte de nuestro tiempo.
- Vete a dormir - le dije.
Cuando me acerqué de nuevo a la cama ella me dijo:
- ¿Qué te pasa, güeroscuro?
Desde que vio que mi pasaporte me define con un "tez morena clara" me trae finto.
- No es nada. Vuélvete a dormir - le dije.
Las incoherencias de Miguel y del pollitosano impidieron cualquier reconciliación con la almohada. Me levanté de nuevo y recorrí el pasillo en varias ocasiones.
Caminando así recordé al único desasociado del restaurante asociativo. Un hindú de cara divertida que llegó vendiendo juguetitos super coloridos. Nos tenía a todos lelos, pero como no era posible hablar con él en ninguna lengua conocida, el pobre se fue en blanco, haciendo girar su rehilete con lucecitas de colores por la calle que pronto estará de moda, mientras nosotros disfrutábamos de la cocina de su país. Tal vez entonces, pensé, cuando se vayan las asociaciones que ayudan a las asociaciones, y vengan los burgueses que cenan en los barrios de moda, el hindú podrá vender sus lucecitas.

Hacia las ocho, más desmotivado que a las cinco, pero con la esperanza de un futuro mejor, con rehiletes de colores y sin pollo al curry, me dije:
- Ya vete a dormir.
Y me dormí.

26.11.05

Tan cerca

La distancia es rencorosa. Se negará a quedarse de lado cuando, sin importar cuánto te haya costado, creas haberla por fin superado. No olvidará que te has atrevido a pasarla por alto, no tolerará que te creas capaz de evitarla como a una piedra, como a una zanja, como a una tormenta pasajera.
La distancia es celosa. Hará una escena el día en que la olvides, creyéndote por un momento a salvo de su presencia distorsionadora, de su pasiva pero insalvable malversación de realidades. Chillará como una rata junto a tu oído en el momento justo en que abras los ojos, una mañana de cielo oscuro, tierra blanca y fantasmas callejeros.


La distancia es susceptible. Si al verla le sonríes, aceptas sus avances seductores, se quedará siempre colada a ti. Ya nunca más se alejará.
Y una mañana se escurrirá bajo las cobijas, serpeando suave hasta interponerse entre tí y ese cuerpo que sereno a tu lado duerme, descargará sobre ese indefenso par de tibios centímetros toda su furia separadora, todo su rencor de bestia eterna, su euforia de campeón frente al cuerpo victimado del retador promisorio.
Te despertará lamiendo tu mejilla, te seguirá en tu paso vacilante hasta la cocina, hasta el vaso de agua que no podrá calmar tu pulso asustadizo. Fluirá con la calma y grandeza de las aguas, girará sobre ella misma en el fondo del vaso de cristal, te mostrará su risa
última de viejo diablo sabelotodo.

23.11.05

Pedro (otro)

Pedro debe tener unos cincuenta años. Se mueve sin prisa, casi lentamente, y sonríe todo el tiempo con los labios y los ojos. Cada vez que quiere recordar algo deja de moverse, entrecierra los párpados y deja ver un brillo travieso en sus pupilas. Luego, si encontró el recuerdo que buscaba, habla con entusiasmo pero siempre con calma y con una excelente articulación. Con el mismo ritmo entrecortado toma su ropa pieza por pieza.
Yo también tengo pantalones de pana. Pero los míos son negros. El color oscuro sirve cuando uno quiere ahorrarse visitas a la lavadora. A Pedro no le importa tener pantalones color claro. Le gusta lavarlos. Le permite salir de casa. Los que tiene ahora entre las manos son de color azul claro. Los dobla lentamente sin dejar de hablar.
En la escuela que está frente a su casa le dijeron: Vamos a cerrar la cocina, Pedro. Ya no hará falta que venga. Haremos remodelación durante dos años. Le proponemos que tome desde ahora su jubilación. Como Pedro no se fía de nadie, se opuso. Entonces cambiaron de tono, y le ofrecieron quedarse en su casa a cambio de seguir recibiendo su salario. Lo tomaba o se iba a la calle sin nada. A Pedro le pareció extraño. A mí increíble.
Una joven llega. Quiere lavar la cobertura de su cama. Pedro interrumpe su labor, deja los calzones a medio doblar sobre el bulto de ropa. Le explica a la joven todo lo que se pueda saber sobre el lugar. Ella en su dinamismo se desespera. Por fin echa a andar la máquina. Pedro retoma sus calzones. Los estira y comienza a doblar de nuevo.
Pero, ¿qué carajos hace un chef de cincuenta años en su casa? Pedro reflexiona. Pues la comida.
Tú vete tranquila, le dijo Pedro a su mujer. Yo me ocupo de la casa. Desde entonces Pedro barre, arregla el pequeño departamente, hace la comida para mediodía y la cena y a la una ya está libre. Si tiene suerte, el canasto de ropa sucia está lleno y puede bajar a la lavandería. Pedro conoce todo sobre el local. Está muy bien cuidado. Lo sabe porque ha estado en casi todos los del barrio. El precio es más o menos el mismo. Pero además éste es tranquilo. En el que está al otro lado del canal, junto al supermercado, le robaron una cobija de invierno mientras él iba enseguida a comprar verduras. Y aquí no hace frío. Mira, uno llega con su chamarra toda puerca, espera a que se lave, ¡y luego se sale con ella como si estuviera nueva!
Yo también traigo mi chamarra, pero no la metí a lavar. Tendría que haberlo hecho. Pedro mira con atención el lugar mientras renguea sobre su pierna derecha. Podrías haberla metido, aquí no tendrías frío. ¿O tienes frío? A mí no me da frío. Se golpea la pierna. Puro titanio, sonríe. ¿Qué frío me va a dar? Aquí ya no hay nada más que titanio. Y el 14 de diciembre, y se golpea la otra pierna, ¡ésta también se va!
Mi ropa ya está limpia. Me explica cómo meterla a la secadora. Hago como él me dice. Me muestra también cómo engañar a la máquina que recibe los billetes. Pero me dice que no lo haga. En esos lugares siempre hay una cámara escondida.
Pedro espera con ansiedad el mes de noviembre del 2006. No supe cómo, pero consiguió, luego de mucho esfuerzo, y a pesar de que ahora se desempeñaba como fotógrafo periodístico, que lo reinstalaran en su puesto. Sólo que deberá esperar a que terminen los trabajos de remodelación. Mientras, le hará comida a su mujer.
Y ya se va pero, ¡mierda! Afuera ha comenzado a llover. Pedro se recarga sobre su carrito de supermercado, apoya su cuerpo sobre la pierna de titanio. Mira fijamente la lluvia o a través de ella. La sonrisa no se borra de sus ojos.

22.11.05


El domingo por la noche nos cenamos dos cangrejos. Llegaron directo de un comercio de chinos, saludables e histéricos, corriendo como cachorros sobre el parqué y con sus tenazas bien abiertas en lo alto. Luego de unos minutos jugando a lo más cercano que he visto a "la rabia" infantil desde hace muchos años, los pusimos en la bañera a esperar que se les pasara el coraje. Uno de ellos al poco tiempo se calmó. El otro se empeñó en querer levantarse sobre sus patas traseras y arrancarnos la nariz cada vez que alguien hacía uso del baño. En su histeria le dio incluso por atacar a su ya apacible e inocente compañero de bañera. Una pata que sangraba un líquido gris y de olor salino quedó en medio de la bañera, dividiendo los territorios que después de aquel pleito separó a los congéneres.
La oportunidad de la reconciliación llegó en condiciones poco favorables. Los compañeros de desgracia se reencontraron en el interior de una gran olla de agua salada en ebullición, y no supe si alcanzaron a hacer las paces antes de ponerse colorados y apetitosos. Pero su sacrificio no fue en vano: sirvió al acercamiento de sus verdugos, quienes nos apretamos en el espacio apenas un poco menos pequeño y caliente que el recipiente de su último chapuzón, a disfrutar de sus jugosos cuerpos hervidos. Como todo esto ocurrió un domingo en la tarde, un aire como de música eucarística me llegó desde muy lejos, aplacando mis culpas y colmando mi sed. Sí, me sentí culpable, pero algo extraordinario vino a aplacar mi pena: aquellos cangrejos aceptaron el sacrificio con la integridad del más grande de los hombres. Al momento de levantarlos sobre la boca humeante de la olla final, su calma, su aceptación de la injusticia del destino, la entrega incondicional de sus cuerpos para aplacar nuestra hambre me sorprendieron. Ni chistaron. Se dejaron meter en el agua burbujeante como si desde siempre hubieran sabido que aquello ocurriría.
El vino blanco y fresco ayudó a sobrellevar mejor el golpe de comerse a aquellos valientes cangrejos con martillo y entre cuatro en una cocina-comedor de apenas seis metros cuadrados. La alegría de aquellos animalitos y su entrega desinteresada nos inspiraron el calor de hogar y la alegría de la comunión necesarios para olvidar que afuera la temperatura bajaba ya de cero grados.

18.11.05

"Tu hijo se llama Pedro y ya es adolescente"

No es difícil imaginar el espanto que sentí al leer esta frase en un correo que recibí hace unos días. Aunque el mensaje lo firmaba una pareja de amigos, felizmente casados desde hace años y con dos hijas, la frase, así de buenas a primeras, no deja de ser perturbadora. Mi primera reacción fue asegurarme de que estaba solo y que podía releer el mensaje con calma sin temor a ser espiado. Volví a abrir la ventana del correo electrónico, que había cerrado instintivamente apenas sospechado el significado de la frase, y releí atentamente con el corazón hecho un nudo de aire.

Descubrí entonces con alegría que se trataba, efectivamente, de mi hijo, pero mi hijo virtual. Una fiesta estalló en mi pulso cardiaco. Había de pronto olvidado que, en la última visita que hice a mis amigos, la menor de sus hijas, de doce años, me invitó a participar en su juego favorito: un programa de computadora que permite crear, casi desde cero, un pueblo completo.

El usuario puede crear desde la ubicación del pueblo hasta las más pequeñas manías de cada uno de sus habitantes. Distribución urbanística, tipos de construcción; tamaño, forma y materiales de las casas; amueblado y decorado; habitantes con sus características físicas, intereses, profesiones, gustos en el vestir. Incluso es necesario definir sus amistades y enemistades, su vida social, tiempo libre y costumbres en el aseo personal. El centro del juego es, previsiblemente, la cartera de cada uno de los habitantes. Como en la vida real, cada pequeño aditamento a la decoración de la casa, al vestir o a la vida social implica un gasto, y esto es meticulosamente descontado del bolsillo del usuario.

La idea de A consiste en invitar a sus amigos y amigas a crear su propio habitante. De esa manera, en su pueblo virtual tiene cerca, de alguna manera, a aquellas personas cuya compañía disfruta. Así, tiene a habitantes creados por sus compañeras de escuela, así como de algunos primos y de su hermana y padres. Gentilmente, haciéndome un gran honor, me invitó a crear mi propio habitante. Ella me acompañó durante todo el proceso (a mí me hubiera tomado una semana hacerlo solo), y juntos creamos a un hombre joven, ordenado y simpático que se instaló en una zona no muy poblada de la pequeña ciudad. Supongo que se trataba de mi alter ego, como creo debe ser el caso para todos los demás. Gracias también a ella pude conseguir dinero para comprar y remodelar una casa, amueblarla y decorarla, y hacer una fiesta para conocer a mis nuevos vecinos.

Fue en esa costosa fiesta que conocí a Norma (¿O era Claudia?), una vecina muy simpática que al parecer estaba muy contenta de que yo hubiera llegado al barrio. En ese momento, lamentablemente, tuvimos que dejar el juego. Era hora de salir a cenar. Pero la gracia del programita es que, una vez echado a andar el pueblo, la vida no se detiene. Cada vez que A enciende su computadora, el tiempo ha pasado y ha dejado sus efectos sobre cada uno de los pobladores. Ella y sus invitados pueden seguir haciendo cumplir sus caprichos sobre sus creaciones, como verdaderos dioses olímpicos, y luego olvidarse de ellos y encargar la continuación de su insignificante destino a las masas de unos y ceros esclavizadas en el interior de aquella caja de plástico y circuitos.

Así, pocos meses después de mi visita, el habitante por mí co-creado, (olvidé su nombre) y la simpática vecina por fin hicieron migas. Pero el hijo del que se me informaba en el mensaje no es de ella. Muy generosamente, mi habitante recibió un niño en adopción (supongo que el trabajo no le dejaba a Norma el tiempo de tener un hijo), que es quien se llama Pedro y es ya adolescente.

Recuerdo haber salido de casa de mis amigos preguntándome si, en caso de que tal juego hubiera existido cuando yo era chico, yo hubiera disfrutado tanto como A el crear meticulosamente pequeños seres que se parecen mucho a nosotros mismos. Ahora me digo que, en realidad, no se aleja mucho de lo que ahora intento hacer cada vez que me siento frente mi computadora. Solo que la versión de mi software es bastante más antigua. Y del hardware mejor in hablar.

16.11.05


Hoy me desperté temprano, a pesar de la intensa jornada de ayer. La última cerveza se había quedado dormida en la entrada de mi garganta, y se desperezó con un amargo estirón recordatorio. En esas condiciones preferí bañarme antes de correr a abrazarme a una tazota de café caliente. Entre estas dos acciones, en el momento de meter la mano aún somnolienta en mi ropero, me topé con lo que el día anterior había ya previsto. No me quedaban calzones limpios.
Recordé. Hace cosa de una semana Harmodio me hizo una gentil visita. Su bicicleta se había ponchado cerca de mi casa y la trajo para repararla mientras tomábamos un café y discutíamos. Luego de armarnos de valor nos pusimos manos a la obra. A los pocos segundos, mientras trataba de sacar un dedo atrapado entre el mecanismo grasoso de la bici, mi lavadora, que trabajaba en el cuarto contiguo, dejó de funcionar mientras un olor a plástico quemado nos envolvía. Le saqué dieciocho tornillos y cuatro planchas metálicas hasta que, entre mangueras, cables, más tornillos y más mangueras, descubrí que no podría repararla.
Poco más tarde, preparándonos para salir en bicicleta (la de mi convidado había quedado impecable), a la mía se le reventó un freno. Si bien Harmodio es bueno para acompañar desastradencias, sobre todo de orden doméstico, también se rifa reparando frenos de bicicleta. Mientras yo me disculpaba por tejéfono con la pareja de amigos que nos esperaban bajo el frío a causa de nuestro retraso, el ducho convidado resolvió el problema y pudimos por fin partir. La solución, sin embargo, se declararía poco más que provisional unos días después, bajo la lluvia y no muy lejos de la parrilla frontal de un autobús de la RATP.
Pero hay desastradencias más sutiles, más finas si se quiere, pues son menos violentas y mucho más discretas. Llevadas a cabo con tan buena factura, uno puede incluso pasar por alto su verdadera proveniencia y enfrentarse así a una obra completa e independiente. Una creación autosuficiente en la que la mano del autor es invisible, aún cuando la ha concebido de principio a fin. ¿Qué otra cosa es, si no, la inesperada confirmación de que a uno no le quedan más calzones limpios, en una mañana de cruda mal dormida, y encontrar luego entre el desconcierto que la causa es el desperfecto que una semana antes sufrió la lavadora de su casa, bajo la influencia de un extraño talento desastroso? Esto, señores, es maestría.
Por suerte para mí, el talento de Harmodio no se detiene ahí. Tal vez más desastrosa aún a final de cuentas, pero mucho más enriquecedora, es su efervecente influencia en cuestiones literarias. Y como no me gusta hablar de más, me limito a redirigir hacia el sitio en que su palabra se elogia por sí misma. Pero antes, un adelanto:

"Mi vecino de enfrente, el que me prestó el martillo, sufrió una operación importante hace dos meses. Convaleciente, casi no salía. La semana pasada, una morena de Poissonniers vino a armarle un escándalo frente a su casa porque, supuestamente, mi vecino había olvidado pagarle una mamada. Como mi vecino ya peina canas y tiene un Volkswagen y una casa de dos pisos, su verdad prevaleció: la puta estaba loca. Pero ayer, en horas de oficina, me lo encontré rondando la Porte de Poissonniers, la frente enfundada en una gorra y en los ojos la expresión de quien se sabe carne de hospital o de quien decide inmolar su última salud al calor de velas diurnas." www.malversando.com

12.11.05

Pancho Sanza


Es tal vez la primera vez que veo una fiesta convertirse en espontáneo concierto sin que aquello se convierta en un infierno acústico. En la pared de la puerta de entrada había varios instrumentos musicales colgados. Una guitarra en mal estado, un palo de lluvia, una especie de violín africano con cuatro cuerdas durísimas, y después algunos instrumentos que nunca había visto en mi vida. Sólo eso basta para salvarme una noche, sobre todo si afuera hace 4 grados. Pero había más sorpresas. En un momento de la noche, el desatinado DJ dejó paso a un par de invitados que comenzaron a tocar dos instrumentos africanos (sanzas), de Zimbawe para ser precisos (aunque esto lo supe más tarde), y que pertenecían a la misma clase de instrumentos desconocidos que colgaban de la pared. Estos consistían en un juego de lenguas metálicas de diferente tamaño, sujetas por un extremo a un centro aglutinador, que producen un particular sonido cuando el músico las hace vibrar con los pulgares de ambas manos. Todo esto está adherido al fondo de una caja de madera con forma de prisma circular, la cual es sostenida por el resto de los dedos gracias a una saliente hecha en la madera con este fin. El resultado es un sonido metálico, brillante pero dulce, pues se acciona con la piel de la yema de los dedos. La armonía es muy básica y el ritmo hecho con la repetición de patrones en los que se combinan compases diferentes. Las dos sanzas eran de diferente tamaño pero afinadas en la misma tonalidad. Sobre esto, poco a poco comenzaron a surgir percusiones y pequeños silbatos, también inéditos para mí, que enriquecían aquella base rítmica.
Nunca pensé que la música tradicional africana pudiera ser tan apacible. La dulzura del sonido y la respiración cíclica recordaban el aire de la música celta. Pensé también en algunas músicas contemporáneas, minimalistas y electrónicas, hechas sobre combinaciones de compases distintos. Yo estaba fascinado, pero pronto me di cuenta de que no era el único. El efecto de aquella música y la actitud de los ejecutantes permitieron la extraña improvisación de que hablaba arriba. Uno de los músicos comenzó a tomar instrumentos de la pared y de no sé dónde más. Con toda tranquilidad miraba a su alrededor y, sin dejar de tocar un pequeño silbato que había fijado entre el cuello de su camisa, asignaba el instrumento, por lo general una percusión, a uno de los presentes. Si veía que éste tenía problemas para adaptarse al conjunto, le mostraba un ritmo sencillo y le ayudaba a integrarse. Hizo lo mismo con media docena de personas, y de esa manera logró crear una verdadera improvisación con gente que, atrapada por la música, se entregaba alegremente a la tarea de mantenerla viva. Y esto sin que aquello degenerara en espantosa imitación de batucada, que es lo que en general sucede cuando un grupo de personas, luego de haber bebido y bailado durante varias horas, encuentra un arsenal de percusiones y tambores africanos.
La música terminó alrededor de las tres de la mañana. Luego salimos todos juntos a buscar la forma de volver a nuestras casas (el sitio estaba lejos de casi todo), y caminamos bajo el frío cobijados por la resonancia de aquellas lenguas de metal. Como un verdadero flautista de Amelín, el músico de la sanza más grande (más tarde me divertí bautizándolo Pancho Sanza), incapaz de dejar de tocar, se convirtió en un verdadero fuego que nos abrigó a todos en esa pequeña caminata por las calles de Ivry sur Seine.

9.11.05

Turcas, bohemias, argentinas

Mientras disfrutaba una sorpresiva Pilsner turca, remojando el cansancio frente a harisas, donners y escritoras, recibí una llamada en argentino. Desde Bs As, un periodista me pedía una colaboración en directo para el noticiero de medianoche de la televisora para la que trabajaba. Del Canal 9 sabía tan poco como de la Pilsner de Turquía. En un viaje a Bohemia aprendí que esa es la tierra original de la famosa cerveza, cuyo proceso de fabricación particular le da un gusto inigualable. La ingestión de Pilsners se convirtió durante ese viaje, de manera inesperada, en una de las actividades principales. La Pilsner bohemia tiene un sabor medianamente fuerte, un hermoso color cobrizo, una consistencia fresca y sedosa que siempre sorprende al paladar.

La sorpresa no me impidió, sin embargo, aceptar la propuesta de mi amable interlocutor, aún cuando éste me precisó que me llamaría de nuevo cinco minutos antes de las cuatro de la mañana, en mi horario. La causa del interés: los disturbios en los suburbios franceses y, como más tarde lo sabría, el toque de queda instaurado en algunas de sus ciudades.

Aún cuando el sabor de la turca Pilsner no se acercaba siquiera al original bohemio, su efecto fue dulce y confortante. Luego de revisar las últimas noticias, caí en un profundo sueño que terminó bruscamente a las cuatro menos un minuto. Una mujer argentina se apresuraba del otro lado de línea. Tenía un minuto para ser amable conmigo, responder a mis preguntas, dar instrucciones a al menos dos técnicos y otro telefonista, arrancar el noticiero de media noche. Por fin me dejó en espera. Ignoro si en Argentina se fabrica cerveza Pilsner. Sé que beben mucha Quilmes. ¿A qué sabrá la Quilmes?

Buenas noches, me dice la conductora del noticiero. Su voz es dulce, profesional. Con voz aún adormilada, pero con el pulso alterado por el salto transoceánico y transhemisférico, devuelvo el saludo como puedo. Mi participación dura apenas un minuto y medio. Luego se despiden de mi la conductora y la productora, de nuevo amablemente. De vuelta en mi cama, peno para reconciliar el sueño. Media hora más tarde imagino a los colegas en Bs As, saliendo del trabajo a las cero horas treinta de una primavera generosa. Alguien propone tal vez tomar una cerveza antes de ir a dormir. Con los ojos abiertos mirando la luz de la ciudad en mi ventana, escucho las sirenas lejanas, las motocicletas sospechosas. Me pregunto con nostalgia si el sabor de la Quilmes es suave y arrullador como el de la Pilsner turca.

7.11.05

Parodiando al parodonto


Utilizar un cepillo de cerdas suaves y cabeza concentrada. Colocar las puntas de las cerdas en posición de 45° contra la base de las piezas y cepillar hacia el extremo de éstas repeditamente. Repetir la operación cuantas veces sea posible. Aplicarse a ella durante tanto tiempo como sea posible. Habrá de uitlizarse una pasta especial que le costará cuatro veces más cara que la habitual pero que tal vez evitará que se le despueble el parodonto.
Razones para cuidarse el susodicho: si no lo hace usted, se le castigará severamente por faltas a las buenas costumbres en el fino arte de la degradación física.
Penalización: costos sobrehumanos por servicios infrahumanos.
Bonus: ningun seguro contra daños al parodonto está disponible en el mercado*

* Por mercado se entiende tanto las pulgas de Clignancourt y la Merced como el Nasdac o Ebay.

4.11.05

Todo es leña para el fuego político.




Francia tiene, hoy más que nunca, miedo de dejar de ser la Francia que dejó de ser hace ya muchos años. Sarkozy llega y se hace su fogatita. Promete a diestra y siniestra que él tiene lo único que hace falta para hacer que ese pasado que se cree aún presente, ese presente-pasado (¿presado?) no se les vaya de las manos. ¿Qué cosa? La voluntad de decir la verdad: todos esos extranjeros e hijos de la inmigración, inadaptables y fracasados, deben aclimatarse o... y actuar en consecuencia. ¡Claro! Cómo no lo habíamos pensado antes.
Y hete aquí que todos aquellos que se sintieron aludidos, ¿cómo llamarlos?, ah sí, también franceses, se enojan y hacen a su vez su fogatita. Casi 500 automóviles y unos cuantos contenedores de basura incendiados en una semana.
Como la cosa no está para dejarse impresionar, todo mundo en el gobierno hace tambien su fogatita. Con tanto fuego alrededor, sólo basta con juntar una brasita y echársela a lo primero que se ponga enfrente.
Total, el invierno se acerca y hay que calentar a los viejitos, que luego nos los dejan solos, y se pueden resfriar. Un poco de solidaridad, carajo.

2.11.05

Día de muertos en mi ventana

Ayni nos regañó anoche porque no habíamos puesto nuestra ofrenda de día de muertos. Optimista como siempre, nos dijo que aún podíamos hacerlo. Sí, dijo la rubia, nos quedan quince minutos. A la media noche salieron todos en dirección a un bar. Cuando estuve solo me asomé a la ventana. Afuera caía una lluvia ligera. Como un conjuro o un hechizo, terrorífico por inexplicable y asqueroso, una mancha de pasta putrefacta con gusanos retorciéndose se aferraba a la piedra del reborde de la ventana, justo en el lugar donde días antes la mancha de pintura roja había amenazado una vez más nuestra sana convivencia con nuestros vecinos. El cuadro y el olor eran a tal grado impactantes, que aún no logro desalojar del todo la idea de que se trata de una especie de venganza por parte de algún vecino.

Nunca he colocado una ofrenda de muertos por voluntad propia. Sólo lo hice en la escuela primaria, a invitación de las maestras. No fue una mala experiencia, pero fuera del regazo mexicanizante de la SEP y sus programas, en la tierra en donde nací aquellos ritos no han echado muchas raíces. En ese ancho valle hay lugar para muchas raíces, pero poco profundas: tomates, hortalizas, etc. Pero no considero que este alejamiento de las costumbres ancestrales consista en una grave ofensa. Desde Aztlán, lugar que nos regocijamos en ocasiones en pensar que podría haberse ubicado en nuestras tierras, nuestros luego poderosos y célebres ancestros nunca volvieron a casa.

Me gustaría pensar que aquel escupitajo infernal nos cayó, más que desde el departamento de arriba, de algún lugar en un cielo prehispánico, superviviente aún a los holocaustos y a la economía de mercado, enojado por nuestro olvido. Pero este mundo funciona, al menos hoy en día, de manera muy previsible, y la economía de mercado, como los buenos, siempre gana. Después de todo la escena sobre el reborde de la ventana es más horrorífica que mística, sin contar con un dato que en cualquier película daría la clave inequívoca del misterio: apareció el 31 de octubre, día de brujas. El imperialismo cultural actúa por imposición y por desplazamiento, no sólo territorial y mediático, sino incluso en el calendario.

31.10.05


Hacía un día precioso para finales de un mes de octubre. Diríase que estaban en pleno verano. De hecho, ni en verano el tiempo había sido tan generoso. Bajaron a la tienda de la familia de chinos y compraron tres cepillos de cerdas metálicas muy gruesas y un palo de madera para escoba. De regreso en casa clavaron uno de los cepillos a un extremo del palo de madera, y justo detrás de él engraparon una esponja metálica sobre la que rosearían los productos solventes. Ana bajó entonces y colocó dos sillas sobre la acera, encerrando el espacio en donde se estrellaban las gotitas de agua que desde arriba dejaba caer Antonio para marcar el espacio de trabajo. Sobre las sillas Ana colocó después letreros de advertencia y volvió al departamento. Cuando entró, Antonio asomaba medio cuerpo por la ventana. Ella lo sostuvo por las piernas, que volaban a la altura de su rostro, y le dijo ten cuidado. Desde el quinto piso él veía la gente que leía los letreros sobre las sillas, los ignoraban, y volvían la vista hacia arriba justo cuando pasaban bajo la ventana. Roció el primer vaso con agua jabonosa. Sacó luego el palo con el cepillo y la esponja, y comenzó a tallar la mancha roja que destacaba con violencia sobre la clara fachada del edificio. Justo debajo, sobre la acera, se veía la otra mancha, en el punto en el que la lata había por fin caído luego de vaciar su contenido en el reborde de las ventanas del quinto y cuarto pisos. La gente recibía las gotas de jabón rojizo en el rostro al voltear hacia arriba, luego de haber ignorado las advertencias. Entonces se fastidiaban, pero miraban a Antonio sin decir nada. La autoridad moral, por suerte, aún juega un papel en este mundo. Se limitaban a dejar la acera o a acelerar el paso, malhumorados. Poco más adelante, Ana descubriría que era mejor dejar caer más agua, de esa manera la amenaza sería evidente. Dio resultado. Al ver el agua cayendo desde lo alto, la gente comenzó a rodear la acera al pasar por ese punto, sin leer siquiera las advertencias sobre las sillas. Antonio recordó el efecto que tuvieron sobre él los autos destrozados que, junto a la carretera y los señalamientos que invitaban a disminuir la velocidad, colocaban las autoridades de tránsito en México para mostrar al público incrédulo el estado en que sus carros quedarían en caso de accidente.

Corolario 1: La amenaza explícita es mejor herramienta de comunicación que la advertencia amable.

Corolario 2: Nunca dejar una lata con pintura roja sobre el reborde de la ventana en un día de fuertes vientos.

27.10.05

La dama de las botellas

Volvían en bicicleta de una cena en casa de una amiga. Era alrededor de la una de la mañana. Cuando entraban al puente de la calle Eugene Varlin sobre el canal St Martin, vieron a la mujer que golpeaba una botellita de vidrio translúcido contra el barandal del puente, justo en el otro extremo. Al tercer intento la botella estalló. La mujer continuó su camino y acercó el cuello de cristal roto, que sostenía con la mano derecha, a la parte interior de la muñeca izquierda. Ambos vieron este gesto justo cuando pasaban a un lado de la mujer. Esta tendría unos cuarenta años, estatura mediana y cabello ligeramente rubio. Llevaba un abrigo largo y claro y estaba un poco despeinada. Ella dijo, bajándose de la bicicleta: ¡se va a cortar, se va a cortar! Ambos dejaron sus bicis contra el barandal, y se echaron a andar detrás de la mujer, llamándola sin acercarse demasiado: Señora, espere! La mujer pareció entonces darse apenas cuenta de su presencia. No, ustedes váyanse, les dijo, y se acercó al barandal. Estaba en ese momento justo a la mitad del puente. Ella se acercó un poco más a la mujer, él la dejó hacer, observando un poco más lejos. Él pudo ver cómo del jardín que rodea la esclusa, junto al puente, salía un hombre que se acercaba a la mujer por detrás. En ese momento, por el Quai de Jemmapes, se acercó una patrulla de la policía. Él les hizo señas con la mano. El coche policía se detuvo y observó la escena. El hombre del jardín saltó la cerca (que en ese extremo está cerrada por las noches), y se acercó con cuidado a la mujer. Ésta se sorprendió al verlo y lo amenazó con la botella rota. Pero al girarse se dio cuenta de la presencia de la policía, y arrojó la botella hacia los matorrales del jardín. Entonces los oficiales bajaron del auto, se acercaron a la mujer, quien pataleó contra el suelo chillando, fastidiada. Le hicieron algunas preguntas al hombre del jardín. Él pudo entonces ver que el hombre del jardín no venía buscando a la mujer del abrigo blanco, como creyó en un principio. En un banco, en el interior del jardín, una mujer, la acompañante de aquel hombre, esperaba el final de la escena. Aquel hombre había visto el encuentro de los ciclistas con la mujer, los intentos de los primeros por calmarla, el gesto de ella amagando con cortarse las venas, y había salido a toda prisa a tratar de evitarlo. Ahora explicaba todo esto a un agente serio y sin prisas, que buscaba mientras hacía preguntas el objeto que la mujer había arrojado entre los arbustos.

Ambos volvieron por sus bicicletas, caminaron en silencio unas calles más hasta su casa. Por fin sobre el parqué de su departamento, se abrazaron y se agradecieron sin hablar su mutua presencia.