6.4.06

Licor de pistacho

H.zavala miró el interior del bar. La barra alargada, el alto techo, las apretadas mesas. Era un lugar como este, dijo, donde Roberto Bolaño se me apareció en sueños y me invitó una copa: un licor de pistacho para el muchacho, había pedido el chileno al cantinero. Todos callamos, nostálgicos. Luego sucedió algo extraordinario. Ante nuestra propuesta de pedir otra ronda, h.zavala dijo: quiero un agua mineral. Nos miramos los unos a los otros. Le pedimos que confirmara lo que había dicho, y él repitió sin rastro de emoción: agua mineral. Entonces no nos cupo más duda. H.zavala estaba poseído.

Cuando la ronda llegó, con agua mineral incluida, h.poseído transmitió: les voy a contar una historia. Es una prueba para saber si los que estamos en esta mesa servimos para narradores. Yo les cuento el principio y el final, y ustedes deben intuir lo sucedido. Pueden hacerme preguntas, pero yo sólo contestaré “sí” o “no”.

No había más duda. La actitud de nuestro amigo, lo irresistible del juego propuesto, el reto despiadado y un cierto deje sudamericano en el tono de voz lo evidenciaban: Roberto Bolaño estaba entre nosotros. H.harmodio, Polo y yo no tuvimos tiempo de reaccionar, y aceptamos. De la boca de h.zavala surgieron las siguientes palabras:

“Dos amigos asaltan un banco. Durante la fuga uno de ellos resulta herido. El otro lo ayuda y juntos logran huir y refugiarse en una casa abandonada en el campo. Cuatro días después, la policía da con la casa. Al llegar encuentran, en el interior, los cadáveres de ambos ladrones y el botín. En el patio trasero había tres tumbas recién cavadas. Las tres estaban vacías. ¿Qué sucedió?”

La situación era cruelmente irresistible. Nos pusimos manos a la obra. Con h.zavala como puente, asaltamos al paciente Bolaño con preguntas. Si, no, si, no, se reía el chileno a través de la boca inexpresiva de nuestro amigo, quien sólo atinaba a beber espaciados sorbos de agua mineral.

- ¿Había alguien alrededor de la casa?

- No

- El hombre que no había sido herido en el asalto, ¿murió a tiros?

-

En un par de ocasiones los laberintos de la trampa nos pusieron contra la pared, pero logramos liberarnos del peso de la presión, y encontrar algún sí o no que nos mantuviera con vida. “Si no lo encuentran es que no sirven para escritores”, había pronunciado h.zavala, aguantando firme para ocultar la risa del chileno.

Por fin, luego de una hora de esfuerzos, y cuando h.zavala comenzaba a entrecerrar los ojos, agotadas sus energías, una afortunada combinación de síes y noes orquestada por h.harmodio y un servidor nos llevó al final de la batalla. Luego de proponer atropelladamente nuestra versión de la historia, a h.zavala se le iluminó el rostro, e irguiéndose en su asiento recobró su tono juarense para decir: ¡sí, eso es!

Estallamos en alegría, sintiéndonos librados de un mal trance, e incluso a h.zavala le volvió el color al rostro. Su voz recobró su volumen, sus ojos su picardía, y la noche continuó sin obstáculos. Sólo que la experiencia dejó secuelas en el hígado de nuestro poseído amigo, quien se vio obligado a terminar la jornada a base de aguas minerales, él que lo único que había sugerido era un pequeño licor de pistacho.

2.4.06

El viernes aprendí dos cosas: que Cali es un cantante de Perpignan, y que en El Zenith las mujeres embarazadas gozan de excelentes condiciones para ver los conciertos. Pintura me llamó a mediodía y me dijo:
- Tengo un boleto para ver a Cali.
- ¿Y ése quién es?, le pregunté.
- No sé, pero si lo quieres es tuyo.
- Bueno, contesté.
Así que a las ocho estábamos frente a la entrada del Zenith. Afuera casi no había gente. Pensé que al tal Cali no lo conocía nadie. Entramos. Las luces se apagaron en cuanto asomamos la cara al interior en busca de una butaca libre. A tientas primero, luego poco a poco acostumbrados a la oscuridad, caminamos por un pasillo hacia el escenario. A nuestor costados se divisaban las butacas todas ocupadas. ¿Qué clase de público va a un concierto como si fuera a la escuela? A las ocho de la noche todo mundo estaba bien sentadito, las manos sobre los muslos, la tarea debidamente hecha, esperando al artista.
Frente a la zona de butacas había un espacio libre, para la gente que quisiera ver el concierto de pie. Éstos eran muchos, aunque igual de ordenados que los que prefirieron las butacas. Parecía que tendríamos que unirnos a los parados, cuando a nuestra izquierda apareció un grupo de butacas libres.
- Aquí, le dije a Pintura, y nos sentamos.
Acto seguido una persona de seguridad rodeó el grupo de butacas (¿unas cuarenta?) con una cinta de plástico. Luego alcanzamos a escuchar que le decía a un grupo de jóvenes sentados detrás de nosotros: "disculpen, son lugares reservados para mujeres embarazadas". Los jóvenes abandonaron la zona sin chistar.
El tipo de la cinta se alejó. Segundos después algunas mujeres embarazadas comenzaron a ocpuar los lugares a nuestro alrededor. Pintura y yo nos miramos. Estábamos sentados justo frente al escenario, en la segunda fila de butacas. No podríamos encontrar mejor lugar para ver al tal Cali, quien quiera que fuera.
Nos quitamos las sudaderas (de cualquier forma comenzaba a hacer calor), y las acomodamos sobre el vientre de Pintura, creando un hermoso prospecto de bebé.
Cali salió por fin al escenario. Nuestro nerviosismo inicial comenzó a disiparse entre la música alegre, las bromas provinciales y la pila sin fin del cantante. Por si las dudas, cada vez que se acercaba alguien vestido de negro y con una especie de chaqueta con leyendas rojas, yo sobaba despacio la barriga de Pintura, quien me sonreía a su vez con una expresión de felicidad tan exagerada que rayaba en el idiotismo, pero que se reveló altamente convincente. Nadie nos molestó.
Cali se desgañitó, saltó, se rió del público, invitó a un par de ellos al escenario, hizo que uno de ellos cantara la Marsellesa, abusó un poco del buen oficio del ingeniero de luces (quien por cierto se llevó la noche con su trabajo), habló demasiado de Perpignan, provocó oleadas de banderitas catalanas, pataleó cuando no lloramos con la historia de su abuelo, y finalmente tomó tanto tiempo en despedirse que Pintura y un servidor decidimos olvidar el niño y las butacas y hacer una escala en el baño antes de abandonar el recinto. Al salir enviamos nuestro pensamiento y cariño a la responsable de nuestra presencia en ese lugar, nuestra querida amiga Lenis, quien se perdió de un buen concierto, pero ganó una buena cena y dos lugares en primera fila en nuestros emabarazos corazoncitos.