22.5.06

Berrinche en sí menor

Soy víctima de un boicot. Desde hace unos días me es imposible conectarme a unos cuantos sitios de Internet que eran, hasta hace poco, parte de mi rutina. Entre ellos están algunos diarios mexicanos y un blog, el de harmodio. ¿Qué está pasando? No tengo la menor idea. El acceso a esos mismos sitios desde otras computadoras funciona a la perfección. Funciona incluso desde la mía, cuando me cuelgo de otra conexión distinta a la de mi proveedor. Desde mi conexión, ninguna computadora, de las cuatro con que he intentado, ha logrado conectarse a exactamente los mismos sitios. Mi lógica me dice que, ergo, la culpa es de mi proveedor. En estos días de intenso encierro, en los que mi actividad más excitante del día consiste en abrir mi cuenta de correo electrónico, la situación comienza a ser desesperante. Decido agotar mis recursos antes de tener que llamar al número de servicio al cliente, que en este país se clasifica entre los artículos de lujo (0.34 euros el minuto, y puede uno estar seguro de que la llamada consumirá muchos), y voy a la página Internet de mi proveedor: NOOS (gol!: uno a cero, aprovechando la fiebre mundialista). Ahí se me proponen cinco opciones para tomar contacto con el departamento de soporte técnico: la llamada telefónica, la lista de preguntas frecuentes, el correo postal, el correo electrónico y el chat. No tardo mucho en constatar que el chat no sirve, y que las preguntas frecuentes son una sarta de tarugadas cuya respuesta incluso yo conozco. Termino enviando un correo electrónico al encargado de bolquear los canales para que los peques no vean chichis, e intento abrir de nuevo los diarios mexicanos para ver cómo hace López Obrador para convencer a Fox de que lo invite a su casa, o si a los Dorados les alcanza el baro para ponerle un asiento más al tren de la primera división. En balde. Nada funciona. Estoy tentado a tomarlo como una metáfora de lo que se puede leer sobre mi país, pero decido que sería una metáfora de muy mal gusto. Entonces me queda el pataleo. Venir al blog, que curiosamente hoy funciona bien, porque Blogger tampoco es una maravilla (¡2-0!). O aventurarme resignado, sin destino ni origen, con la enorme velocidad que permite esta carretera de información lisa y sin escollos, luminosa e interminabe, pero con las salidas tapadas.

19.5.06

Parilona

No habría podido darme cuenta, porque me pasé el día con la vista enjaulada en un 15 por 8 pulgadas, pero la noche del miércoles esta ciudad sufrió una transformación inusual: se convirtió en una fiesta. Y digo bien inusual, aunque sigamos leyendo a Hemingway, que bien lo dijo en pasado: París era una fiesta. Pero volvamos a esa noche. Yo no sospeché nada cuando dos gallegos y un harmodio me sonsacaron, y me dieron cita en un bar de la rue de Clignancourt, bajo la amenaza de que si no me apresuraba brindaría de pie y bajo la lluvia, de tan lleno que estaría el lugar. Así que me di prisa (en realidad no tanta) y llegué ahí justo para ver la repetición del gol del Arsenal. Los ánimos estaban burbujeantes, el barman muy ocupado y la tribuna dividida, pero eso sí, todos muy contentos. De alguna manera los hispanos habían logrado guardar espacio para mí, entre la concurrencia europea y africana que no supo por dónde pasó la jugada. El segundo tiempo fluyó como cerveza fresca en un caluroso día de mayo, y la angustia ante la desventaja en el marcador se convirtió en algarabía y estruendo de changos ante incendio forestal, cuando los ingleses fueron por fin doblegados, por un pintoresco y alegre Barça, en escasos seis minutos. Entonces todos fuimos hispanos, todos mentamos cabrones y joderes, todos bebimos más y mejor. Los gallegos soportaron la eufórica hispanización que les endilgaron los parroquianos, y segundos más tarde debí pasar por alto el que se nos metiera a todos, catalanes, santiaguinos, culichis y chilangos, en un mismo saco, todo con el pretexto de brindar más rápido, beber más de prisa, estar más felices más tiempo. Tan no les importó, que los gallegos tuvieron a bien invitar una ronda a toda la concurrencia, como en las películas, como los hombres. Y luego, cuando decidimos salir a la calle, fue que me di cuenta de la amplitud del escándalo. París no era una fiesta, era Barcelona, con sus colores azulgrana, sus españoles dando voces y haciendo botellón; sus ingleses vomitadores, inconscientes incluso tal vez de su derrota; con los charquitos de orín desparramados por la lluvia, los bares repletos, la gente sonriente. Parilona y su fresca noche abierta como un gran arco triunfal.

18.5.06

Una extraña aventura

En cuanto salí, a la vuelta de la e-squina, me topé de frente con Plebón, Crispo, Grabby y el señor Ud. Estaban los cuatro radiantes de calor y de bebidas alcohólicas, aunque extrañamente ligeras. Traían entre manos un plan para sabotear algo, pero aún no sabían qué. Pasamos un excelente momento reconociéndonos, recordándonos y contándonos chistes viejos. Ellos cómodamente instalados en la inercia de la noche, yo sorprendido por el encuentro, con el calor de la cama aún encima. La visión de aquellos rostros, tan lejanamente cercanos, me teletransportó. A medida que alguno de ellos movía la pequeña cámara de video, mi cuerpo se dispersaba más entre los píxeles inasibles, hasta alinearme con el nuevo ángulo de captación. Piensen ustedes en un telescopio largo como un trasatlántico, cuyo objetivo debe ajustarse para ver las dos caras de una moneda inmóvil. Así se esforzaba y ajustaba mi vista desorientada, lagrimeando de vértigo. Y mientras desde el lado de allá fluía la noche y se acababa la cerveza, del lado de acá el día se extrañaba y mi sangre sufría sed. Fui el habitante único de una estación espacial, girando alrededor de su mundo. Fui la Laika de mis sueños juveniles. Fui abducido por un ovni intraterrestre, uno que recorre el planeta en busca de habitantes desfasados. El encuentro me abandonó sobre mi silla, frente a mi pantalla, con los ojos hinchados de viajar. Miré el reloj. El tiempo retomó su curso, pero ya no fue el mismo.

16.5.06

Piñado contra impiñable

En el noroeste de México los autóctonos utilizamos un término de significado curioso, del que no conozco traducción al castellano oficial, ni a los argot de otros países de habla hispana, ni a otras lenguas. El término, aunque en realidad se trata de toda una familia de palabras, gira en torno al verbo “piñar”, que significa algo entre inspirar, impresionar o seducir, por un lado, y fascinar, engatusar o hasta casi embrujar, por otro. Con mucha frecuencia se usa el reflexivo “piñarse”, lo que habla del carácter participativo de aquel que sufre la “piñazón”, aspecto importante para definir los matices del término. Así, alguien puede piñarse con un grupo musical, con un deporte o deportista, con una ideología o con un autor. También con un amigo, una mujer o algún poderoso. El “piñado” no es sólo un admirador, un fan o un devoto. Es más que todo eso junto y, al mismo tiempo, es algo distinto. El “piñado” participa activamente en su “piñazón” (términos todos estos reconocidos por el lexicón culichi), aunque no siempre está listo para mostrarse consciente de ello. La piñazón es, además, una especie de afección. No se trata de un estatus neutro. El piñado está afectado de un estado anormal, del que en algún momento deberá salir, aún si por un tiempo se asume esa piñazón como propia de su carácter. Piñarse viene a ser algo así como auto-obsesionarse con algo, a conciencia pero fingiendo demencia, sin que esto llegue a ser una patología o un rasgo psicológico definitorio. La piñazón es casi un accidente al que todos, al menos todos los culichis (¿todos los sinaloenses?), estamos expuestos.

Desde luego, el sólo hecho de que el término exista y sea utilizado con frecuencia provoca la automática aparición de un tipo de culichi antagónico al piñado: el antipiñado, o impiñable, término éste que no existe en el habla normal, y que tal vez nunca exista, pero que se me ocurre ahora utilizar. El antipiñado es entonces una especie de escéptico poco o nada capaz de entusiasmarse con nada, especialmente con todo aquello que entusiasma normalmente a los “piñados”, y todo esto por mera vocación. Así, el impiñable vive para descalificar los entusiastas arrebatos del piñado, y trata de ridiculizarlo frente los demás. En esta actividad se nos va buena parte del tiempo y de las borracheras.

Pienso en todo esto porque hoy, como me sucede con frecuencia, recordé el consejo que me dio un buen amigo, por supuesto culichi, cuando le dije que me iba al extranjero: “loco, píñate mucho”. Por más que le doy vueltas, no logro esclarecer el significado de tal consejo. Y no es que no se me ocurran posibles interpretaciones, pero me hace falta una con un mínimo de sentido, como supuse que exigía el momento en que el consejo me fue dado.

Aunque la verdad todo esto me viene a la mente porque me preocupa que, en últimas fechas, y aquí me permito parafrasear al poeta, cuando me quiero piñar no me piño, y a veces me piño sin querer.

12.5.06

Música y pastel de choclo

Resido en esa clase de países en donde el reportero de la radio, enviado a cubrir la salida el concierto de Iggy Pop en directo para el noticiero de la noche, inicia su participación con estas palabras: “Me encuentro frente a la puerta de salida del teatro, y al parecer en el interior el volumen esta noche ha sido excesivo, puesto que vemos a muchas personas cubriéndose los oídos al salir”. “¿Y cómo ha sido la asistencia?”, pregunta el presentador de noticias como si esa fuera la respuesta que esperaba: “Ah, pues muy buena, el teatro estaba lleno y la gente contenta de ver a Iggy después de tantos años de no presentarse en nuestro país.” Por suerte, es también el tipo de países en donde uno puede acercarse a un foro-bar y la misma noche del evento conseguir dos entradas para ver en vivo a Susana Baca. ¡Impresionante! Eso se llama tener ángel, aquello se llama voz, esos son músicos con autoridad. El resto son mitades. Hasta con mis vecinos del público salí reconciliado. Yo sólo lamento que, Susana Baca y su grupo siendo originarios de Perú, haya tenido que venir a escucharlos tan lejos. Lo otro que lamento es haberme perdido la lectura de Haydée y del ínclito, y el pastel de choclo que a ver para cuándo puedo al fin conocer.

8.5.06

Escribir mata

Al parecer un blog puede servir para muchas cosas. Para contarle a los amigos nuestras rutinas más aburridas, para contarse a uno mismo sus pensamientos, o para contarle a nadie sus peores perversiones. Puede servir como forma de entrenamiento en la escritura, como terapia o para descargar las presiones que provoca todo lo que no es blog. Muchas veces, según han testimoniado los lectores de éste que ahora usted lee, el blog sirve para no trabajar. Al parecer resulta un pretexto ejemplar e inagotable. El blog, en fin, sirve para vivir. Pero aunque Nicolás Echevarría y Juan Villoro ya dijeron que Vivir mata, no se me había ocurrido pensar hasta qué punto el blog puede ayudar a morir. Jorge León escribió su blog con la esperanza de que le ayudara a morir. Jorge era pentapléjico y físicamente incapaz de quitarse la vida. Hoy Jorge León ha muerto, y aunque aún no se sabe si consiguió a través del blog la ayuda que pedía a gritos, por lo que se cuenta que hay escrito en esa página etérea parece evidente que su escritura avanzaba hombro a hombro con la muerte. No es el primero que se ayuda a sí mismo a morir escribiendo. Ya José María Arguedas escribió su última novela como se cava la propia tumba. Entre las páginas cada vez más difíciles intercalaba palazos de agónicos terrones, moribundas páginas de un diario que se deshojaba de desánimo. Hasta que no pudo más y se arrojó al fondo del hoyo negro que se abría frente a él. Antes abrió su manuscrito, escribió junto a la historia su despedida, y junto a esta cargó la pistola con la que disparó el anticipado y negro punto final. Si los buenos libros nos obligan a respetar la página en blanco. ¿Cómo se escribe un blog después de que Jorge León cavó el suyo con tal coraje y paciencia?

5.5.06

Un pato

Pasamos la noche junto al canal, alimentando una familia de patos con cacahuates viejos. Era divertido ver cómo papá pato, mamá pata y los dos patitos sumergían sus picos con prisa en el agua, tratando de atrapar los cacahuates antes de que se perdieran en el fondo turbio del canal. Los pequeños, con sus picos inexpertos, fallaban la mayor parte de los intentos. Cuando lograban atrapar una de las semillas, intentaban triturarla con cómicos movimientos, y terminaban por dejarla caer y perderla irremediablemente.
La temperatura era de 25 grados. Junto al canal una enorme colonia de humanos graznaba su alegría bajo el cielo despejado. En fila india o en círculos, giraban alrededor del canal desde el que la familia de patos, en las pausas de la lluvia de cacahuates, los miraban sin interés.
El tiempo caía acompasado sobre la tersura de la medianoche, se hundía en su tenumbra como semillas de oleaginosa tostada, buscaba sin prisa el fondo ignorado de aquel enorme estanque en el que flotaba la envoltura ya inservible de la jornada.
¿Es todos los días igual?, le pregunté a papá pato, que parecía un tipo sereno y reflexivo. Por toda respuesta, el pato cedió a su compañera el cacahuate que yo acababa de arrojar, luego se acercó a esta y mordisqueó su cuello con el ancho pico. La plumas de la pata se levantaron, y luego ésta se alejó. El pato me observó fijamente, como para asegurarse que yo prestaba atención.
Nos pusimos de pie y nos alejamos. La familia nos vió partir sin dar muestras de tristeza. Al volver la vista atrás, vi como los humanos se revolvían aún entre ellos, graznándose unos a otros con estruendo. Abriéndo amplia la boca y sonriendo se arrojaban cándidos los últimos cacahuates del paquete.


Gracias a todos por los mensajes publicados durante esta larga ausencia. A Yavax por su comentario, aunque no estoy seguro de haberlo entendido del todo. Entendí muy bien, por el contrario, el del majadero de Harmodio, pero no insistiré en el asunto, con tal de evitar que nuestros encuentros reales terminen en aburridos refritos de blogs. Del Copista me guardo el sabio consejo. Y frente a la habitual pertinencia de Pintura, no puedo más que replicar: soy un espárrago, alíñame.