18.6.06

Mañanitas para McCartney

Paul McCartney cumple hoy 64 años. Le trajimos una canción para animarlo ahora que se divorció por segunda vez.

"Will you still need me, will you still feed me, when I have £800 millions?"


* Traducción para poetas no invitados al mundial: "¿Me necesitarás aún, me alimentarás aún, cuando tenga £800 millones?"

17.6.06

Algo sobre mí (1)

Nací en México, en una ciudad del noroeste llamada Culiacán, nombre que proviene del náhuatl Colhuacan. Según algunas versiones, Colhuacan significa “lugar donde se tuercen los caminos”, o “donde se cruzan los ríos”, y era el nombre del grupo de viviendas que los españoles encontraron al llegar a ese vértice fluvial, en el año 1531. Mi infancia transcurrió entre un apacible hogar progresista y una ciudad sitiada por calores irracionales y el voluntarismo de un pueblo con mucho espacio y pocas salidas. Cuando alcancé la adolescencia comenzó lo que sería una continua cadena de cambios, más o menos bruscos, desencadenados invariablemente por la seducción de un arte o una mujer (conforme avanza el tiempo más me convenzo de que ambos son dos expresiones de una misma entidad). El primero fue el rocanrol. Enloquecido por la omnipotencia de la amplificación y por el eterno verano, repetí el rito churpio* de echarme la guitarra al hombro y salir de mi tierra en busca de nunca se supo qué. Sobre el cristal de la ventanilla del autobús que me sacaba definitivamente de mi terruño, vi en la imagen duplicada de una estrella de singular fulgor el signo inequívoco de un destino que aún no logro descifrar. Dicha imagen no me quita el sueño, pero me inquieta el dejar de sentir la vibración del motor en marcha, el dejar de ver el paisaje que cambia y se queda de lado; el dejar de adivinar allá arriba, a pesar del tiempo y la distancia, aquel punto inamovible cuya quietud faculta todo movimiento.

* Churpio: visto ya muchas veces.

16.6.06

No recuerdo el tema, pero la charla con D era agradable y fluida. Estábamos de pie en el interior de la última pieza. En eso E, amiga de D, se acercó y, mirando a su amiga con ojos chispeantes, dijo:

- Vine desde la cocina y no socialicé con nadie en el camino.

D llegó esta noche acompañada de E y de otro amigo, R, a quienes no había visto nunca. Me pareció que E no articulaba muy bien, pero en cambio sostenía con firmeza el vaso de vino en su mano. No comprendí bien el sentido de aquella declaración. El camino desde la cocina, que incluía el paso por dos piezas llenas de gente burbujeante y parlanchina, debía ofrecer no pocas oportunidades de socializar. Si eso era lo que E estaba en realidad buscando.

- ¿Por qué no socializaste? – preguntó D sonriendo.

- Pues no sé, yo sólo caminé y cuando llegué aquí me di cuenta de que no socialicé con nadie.

Seguía utilizando el verbo socializar. Pensé que se trataba de alguna instrucción repetida por su psicoanalista. Como detrás de la leve mueca de molestia creí ver que ella también sonreía, le dije, cuidándome de sonreír a mi vez:

- Pues muy mal. Vuelve a la cocina y hazlo de nuevo.

E giró sobre sus talones y desapareció entre la gente, rumbo a la cocina.

Volteé a ver a D, que reía de muy buena gana. Aunque estaba algo sorprendido, preferí no hacer comentarios al respecto, y la charla con D siguió su rumbo despejado durante algunos minutos. Al poco tiempo, E apareció de nuevo frente a nosotros:

- Lo hice otra vez.

-¿Qué cosa? – preguntó D.

- No socialicé – respondió E esta vez sin expresión en el rostro.

D soltó una nueva carcajada.

- No te preocupes – dijo al final. – La tercera es la vencida.

E me miró con sus ojos ya un poco cansados, giró sobre sí misma y volvió a desaparecer entre la gente. No volví a verla hasta bastante más tarde, cuando la vi hablando de algo que D y ella habían hecho juntas, y que al parecer la persona que la escuchaba no lograba comprender. Al final, cuando me acerqué para despedirme de los presentes, la vi de pie, junto a la mesa de los vinos y de la música, sonriente y despreocupada. D reía a pocos pasos de ella. Antes de dejar la habitación le dirigí una última mirada. E me siguió con la vista, observándome fijamente como a si fuera yo alguien muy extraño.

14.6.06

La policía de Ciudad Nezahualcóyotl (Estado de México) tiene un taller de lectura de novela negra. A los agentes se les recomiendan lecturas, y con cierta regularidad se organiza una reuniónpara intercambiar opiniones sobre los textos leídos. Me parece una muy buena idea, aunque no creo que el ejercicio vaya a cumplir con los objetivos que lo originaron. Al parecer quienes lo idearon esperan que los agentes, al leer cómo se han resuelto algunos casos policíacos famosos, aprenderán a hacer mejor su trabajo. En todo caso parece atractiva la idea de que un policía me deje tranquilo si me paso un alto porque está bien picado con la novela sobre el Goyo Cárdenas. Aunque también cabría la posibilidad de que crea ver asesinos seriales en cada peatón que no cruza la calle en las esquinas. Aún así, la lectura no puede venirle mal a nadie. Sólo falta que otras instituciones tomen el ejemplo y que, digamos, la iglesia aconseje a los recién casados su dosis de literatura erótica, o que a los hippies se les obsequie en cada playa o plaza pública su dotación de literatura existencialista. No faltaba más. Los de Lee o te madreo apoyarían sin duda la moción.
En la visita que nos hizo ayer, Guadalupe Nettel nos contó una historia. Una araña y un ciempiés se encuentran. La araña, sorprendida al ver tantos pies, pregunta: "¿pero cómo haces para caminar con tal cantidad de patas? Yo sólo tengo ocho y apenas puedo coordinar mi marcha". El ciempiés reflexiona un poco, y se encoge de hombros - por cierto, ¿cuántos hombros tiene un ciempiés? -. La araña se va finalmente, y deja a su compañero pensando en la pregunta. Cuando por fin el ciempiés decide retomar su camino, la conciencia de todas sus patas le cae encima de golpe y le impide avanzar un sólo centímetro. Nettel nos contó que algo parecido le sucede al intentar escribir un texto preconcebido por entero. Le hace falta dejar correr la pluma, olvidarse un poco de que está escribiendo. No tomárselo tan en serio. El símil con el ciempiés no es tal vez casual, si tomamos en cuenta que a Nettel le tomó ocho años terminar su novela "El huesped". Novela que, de creer a Martín Solares, los marcianos encontraron entre las ruinas de un mundo postapocalíptico, sin saber si se trataba de una cajita musical, una casa miniatura o un reloj de cenizas. Nunca supimos qué marciano le está filtrando información a Martín, pero no nos importó mucho, porque estábamos muy contentos celebrando que por fín, luego de tanta ausencia, volvió por estas tierras. ¡Bienvenido Martín!

12.6.06

Una pausa

Ojos abiertos. Oídos sellados. Biblioteca con audífonos. Adentro San Tropez y su ritmo de viaje en convertible. Canción número cuatro. Meddle. Afuera libros. Tantos libros. Frente a mí uno en particular. Plenty of Furniture. Qué significa Chippendale. Además de un garito donde bailan hombres en tanga. “I think it’s perhaps the best room I’ve ever seen”. Página 259. Pinche Dylan Thomas. Frente a mí hay un tipo con una camiseta color rosa. Una talla más chica de la correspondiente. Sobre el pecho tiene una imagen de superman. La imagen se ve algo descolorida, como si la hubiera lavado ya muchas veces. Sin embargo estoy seguro que el tipo la compró hace unos días y pagó por ella unos quince euros. Qué poco glamur tiene el euro. Toda la tradición del marco, el franco, la lira y la peseta. Todo ese valor literario por la borda. El euro es tan poético como un teléfono celular de tercera generación. La poética de la utilidad. Digamos mejor que costó doscientos pesos. O veinte dólares. Redondeando. Ese rosa suave y parejo debió costar al menos eso. Dylan Thomas. “Do you sleep here? Up there. It’s nearly twelve foot high.” Quince euros son casi veinte dólares. Meddle. Apenas seis canciones y cuánta brujería. En cambio la güera a la izquierda. Como a las diez menos cuarto. Ese top blanco y delgado. ¿Diez euros? Hay una corriente que me enfría los pies. Dylan Thomas. Pura brujería. Ahora un perro canta un blues. A mi izquierda un par de lentes con rostro pálido se pierden tras una decena de libros sobre arte italiano. Más allá alguien mantiene un libro entre sus manos mientras ve el mundial en su computadora portátil. Junto a él una antenita erecta señala su excitación. Dylan Thomas. “Are you shure you don’t love her? Of course I’m shure”.

2.6.06

Últimamente

He estado intentando escribir en una lengua que no es mi lengua materna. ¿Alguna vez ha hecho la prueba? Es horrible. Nada funciona. El efecto se parece a la incapacidad de articulación que llega con la embriaguez absoluta, con la diferencia de que se tiene perfecta conciencia de la situación, de lo cual la borrachera nos libra. Tal vez parezca exagerado si digo que nada, en verdad nada, es igual cuando se quiere construir un mundo con palabras prestadas. Es como si a uno le desencajaran el cerebro y fueran a montárselo en el cuerpo de una araña, y luego le pidieran que camine en línea recta. O como querer jugar futbol sobre hielo con zapatos de suela de vaqueta. El mareo que me produce me recuerda aquella tarde en que, ignorando las recomendaciones, bajé corriendo las escaleras desde un cuarto piso, tropezándome con los vecinos, buscando salir del edificio antes de que el fuerte terremoto que nos mecía lo destruyera por completo. Al salir a la calle, aturdido por los llantos y gritos, me di cuenta de que el espectáculo ahí afuera era aún más terrible que en el interior, aún cuando la amenaza de ser aplastado pareciera más lejana. Lo vertical y lo horizontal, que en el cubo de la escalera mantenían su crujiente inmovilidad, habían cedido. Edificios y postes de luz se erigían en caprichosas direcciones. El horizonte era el lápiz de goma de la escuela primaria. Se retorcía de dolor a lo lejos, mudo e indefenso. Nunca estuve más perdido. Permanecí en el centro de la calle, tumbado o de pie, buscando los rostros que no atinaban a encontrar su lugar en el mundo. Aquella vez el mareo y el susto tardaron tiempo en esfumarse. Espero que esta vez se vayan más pronto. Por ahora, este pequeño disparate del que me sostuve, me devuelve poco a poco el alivio de encontrarme en un lugar inexistente.