26.4.09

La mofa de Sempé

En un dibujo de Sempé un pintor contemplativo, el pincel suspendido sobre el lienzo en blanco y, en el fondo, el exhuberante paisaje. Apartada, una mujer comenta a su compañera: “me encanta este momento en el que todo es aún posible”. Hay ocasiones en que el humor francés se me escapa. Ésta parece ser una de ellas. Hay otras, sobre todo si es tarde y ya me tomé varios tragos, en que hasta el humor mexicano me pasa de largo. Tal vez fue una mezcla de ambos casos, pero el dibujo de Sempé más que darme risa me recordó a Oliveira (pensándolo bien, tal vez sí haya estado más cerca del segundo caso), cuando se atormentaba reflexionando, incapaz de levantarse de donde estuviera tirado, en que toda decisión conlleva un sinfín de renuncias. Cualquier elección, sin importar cuál sea, nos deja sin la posibilidad de millones de elecciones. Optar por cualquiera de esas posteriormente no sirve, pues se tratará en realidad de una elección distinta. Si el pintor de Sempé fuera Oliveira, las señoras que tan tranquilas comentan la escena tal vez envejezcan y sean evacuadas a un asilo antes de que el artista se decida a privar a su lienzo de un sinnúmero de caminos posibles. O quizá Sempé esté jugando con el hecho de que sus personajes, siendo eso, personajes, no envejecen y pueden darse el lujo de no tomar decisiones nunca, lo que en todo caso me lleva a Oliveira quien, siendo él también personaje de ficción, fue castigado por Cortázar con el eterno conflicto del discernimiento. Lo que pienso ahora es que en realidad hay algo en el dibujo que se me está escapando. Algún detalle al que renuncié de manera inconsciente por centrarme en la figura del pintor indeciso, elección que me privó de cualquier otra que me hubiera llevado, o no, a comprender la obra. Puede que haya sido el cansancio, o lo poco de mexicano que tiene el humor francés, pero también es posible que, con un escalofrío, me haya previsto a mí mismo a la mañana siguiente, sentado frente al paisaje infinito de la pantalla en blanco, los dedos suspendidos sobre el teclado, solo e indeciso como un cursor. Detrás de mí, una voz queda se mofaría: “me encanta este momento en que...”

24.4.09

La dentadura de Onetti

... se paseó ayer por el Instituto Cervantes en boca de Mario Vargas Llosa. Marito, como él mismo se llama cuando se autoficciona, no tuvo empacho en mostrar el buen estado de esos dientes que, en broma o no tanto, dijo haberle heredado el ya viejo y casi desdentado uruguayo. Se veían en tan buen estado que no pude dejar de preguntarme: ¿y a quién se los va a dejar Vargas Llosa? La lista de candidatos sería larga.
Fuera de eso, la charla con Gustavo Guerrero y Albert Bensoussan en torno al ensayo del peruano sobre Onetti fue cálida y animada. Vargas Llosa definió como "crapulosa" la escritura de Onetti, a quien comparó con Céline y Camus, y de quien dijo fue uno de los que mejor aprovecharon la enorme influencia de Faulkner. Porque hay influencias que pueden ser destructivas, se extendió, como sucede con frecuencia con Borges, que nos heredó toda una legión de "borgesitos", y como sucede también con Faulkner.
Da gusto escuchar a alguien como Vargas Llosa hablar abiertamente de aquello que lo apasiona y lo vuelve apasionante: la buena literatura, y dejar de lado otros temas que también le apasionan pero que no logra volver tan seductores, como la política o él mismo.
En esto estuvimos de acuerdo quienes nos habíamos congregado ahí para escucharlo: Harmodio, Haydée y yo; aunque el consenso no fue el mismo cuando discutimos su traje de leve azul-verdoso sobre camisa rosa y corbata barroca, contraste notorio con la vestimenta más casual y oscura de sus acompañantes. ¿Postura mediática?, ¿afirmación ideológica?, ¿desenfado de estrella literaria? ¿Dónde está Barthes cuando se le necesita?