(¿Para cuándo el de Soy electrónico?)
10.10.06
Muchacho Satánico
(¿Para cuándo el de Soy electrónico?)
9.10.06
Réquiem
Mientras yo decidía que comería pasta a la boloñesa, y me preparaba para salir al mercado a comprar carne molida, un joven vecino de mi edificio tomó otra decisión: el tiempo vivido hasta ahora le era suficiente para darse cuenta de que esta vida no merece la paciencia que exige. Se encontraba en calzones y chamarra de mezclilla, y por su ventana del sexto piso entraba un sol radiante mezclado al ruido de la calle. El mismo ruido que me llegaba a los oídos mientras me disponía a cerrar la puerta de mi departamento, entre despistado y dormido, casi sin prestar atención al extraño golpe, seco y frío, que subió seguido de un lento silencio hasta mi quinto piso. Mientras bajaba las escaleras me fui convenciendo de que afuera algo luminoso y terrible me esperaba. Cuando estuve en la acera miré en dirección al mercado. Una muchedumbre reunida en torno al café de la esquina me impedía verlo. La gente se apretaba contra sí misma en un mutismo desconcertante, levantaban y volvían a bajar los rostros maquinalmente, como nulificados a la vez por un botón supremo. Antes que yo llegó a la esquina un camión de paramédicos. El botón supremo operó un retiro conjunto hacia cualquiera de las otras tres esquinas. Entonces lo vi, fresco y joven y pequeño, con expresión tranquila y postura descansada. El vecino estaba extendido junto a una de las mesas de la terraza, en donde cayó luego de rebotar contra el toldo colorado del café. Su rostro blanco, su piel suave, parecían aliviados bajo la frescura del mediodía otoñal, refulgían entre el calzón oscuro y los calcetines negros. Uno de los paramédicos sostenía la chaqueta de mezclilla. Una señora apretaba contra su vientre el rostro descompuesto de un joven que sollozaba sobre la única silla que permanecía ocupada en el lugar. Un barrendero africano dijo que lo vio saltar desde su sexto piso, de manera por demás inexplicable porque, ¿qué puede causar tanto mal a un joven europeo y blanco que todo lo tiene? Un adulto pálido y encorbatado, que tal vez recordaba con pánico a su propio hijo, lo reprendió y se alejó disgustado, mientras más paramédicos intentaban reanimar al vecino caído. La espera era inútil. Entré al mercado y, sin atreverme a cuestionar mi programa, compré carne molida en descuento y salsa de tomate. Cuando salí, el sol brillaba aún con más fuerza sobre la multitud que comenzaba a dispersarse; dejaba caer con violencia o tal vez rencor su cobriza luz de octubre sobre una manta blanca al pie del café. Su fulgor complicaba distinguir a primera vista el fragmento de calcetín que aún asomaba, el pequeño hilo de sangre encandilado que corría hacia la alcantarilla.