2.4.06

El viernes aprendí dos cosas: que Cali es un cantante de Perpignan, y que en El Zenith las mujeres embarazadas gozan de excelentes condiciones para ver los conciertos. Pintura me llamó a mediodía y me dijo:
- Tengo un boleto para ver a Cali.
- ¿Y ése quién es?, le pregunté.
- No sé, pero si lo quieres es tuyo.
- Bueno, contesté.
Así que a las ocho estábamos frente a la entrada del Zenith. Afuera casi no había gente. Pensé que al tal Cali no lo conocía nadie. Entramos. Las luces se apagaron en cuanto asomamos la cara al interior en busca de una butaca libre. A tientas primero, luego poco a poco acostumbrados a la oscuridad, caminamos por un pasillo hacia el escenario. A nuestor costados se divisaban las butacas todas ocupadas. ¿Qué clase de público va a un concierto como si fuera a la escuela? A las ocho de la noche todo mundo estaba bien sentadito, las manos sobre los muslos, la tarea debidamente hecha, esperando al artista.
Frente a la zona de butacas había un espacio libre, para la gente que quisiera ver el concierto de pie. Éstos eran muchos, aunque igual de ordenados que los que prefirieron las butacas. Parecía que tendríamos que unirnos a los parados, cuando a nuestra izquierda apareció un grupo de butacas libres.
- Aquí, le dije a Pintura, y nos sentamos.
Acto seguido una persona de seguridad rodeó el grupo de butacas (¿unas cuarenta?) con una cinta de plástico. Luego alcanzamos a escuchar que le decía a un grupo de jóvenes sentados detrás de nosotros: "disculpen, son lugares reservados para mujeres embarazadas". Los jóvenes abandonaron la zona sin chistar.
El tipo de la cinta se alejó. Segundos después algunas mujeres embarazadas comenzaron a ocpuar los lugares a nuestro alrededor. Pintura y yo nos miramos. Estábamos sentados justo frente al escenario, en la segunda fila de butacas. No podríamos encontrar mejor lugar para ver al tal Cali, quien quiera que fuera.
Nos quitamos las sudaderas (de cualquier forma comenzaba a hacer calor), y las acomodamos sobre el vientre de Pintura, creando un hermoso prospecto de bebé.
Cali salió por fin al escenario. Nuestro nerviosismo inicial comenzó a disiparse entre la música alegre, las bromas provinciales y la pila sin fin del cantante. Por si las dudas, cada vez que se acercaba alguien vestido de negro y con una especie de chaqueta con leyendas rojas, yo sobaba despacio la barriga de Pintura, quien me sonreía a su vez con una expresión de felicidad tan exagerada que rayaba en el idiotismo, pero que se reveló altamente convincente. Nadie nos molestó.
Cali se desgañitó, saltó, se rió del público, invitó a un par de ellos al escenario, hizo que uno de ellos cantara la Marsellesa, abusó un poco del buen oficio del ingeniero de luces (quien por cierto se llevó la noche con su trabajo), habló demasiado de Perpignan, provocó oleadas de banderitas catalanas, pataleó cuando no lloramos con la historia de su abuelo, y finalmente tomó tanto tiempo en despedirse que Pintura y un servidor decidimos olvidar el niño y las butacas y hacer una escala en el baño antes de abandonar el recinto. Al salir enviamos nuestro pensamiento y cariño a la responsable de nuestra presencia en ese lugar, nuestra querida amiga Lenis, quien se perdió de un buen concierto, pero ganó una buena cena y dos lugares en primera fila en nuestros emabarazos corazoncitos.

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