6.9.09

Escribir, ¿para qué?


La historia de Nabónides, que dedicó su reinado al rescate del legado cultural del imperio Babilonio, es también la historia de la escritura. Cuando se propuso copiar las ochocientas mil tabletas de la biblioteca de Babilonia, sus ministros lo exhortaron a olvidarse de aquellos tesoros desatendidos y a concentrar su esfuerzo en la protección del imperio, acechado por los persas de Irán. Nabónides, cuentan, no los escuchó y prosiguió embelesado la transcripción de la magnífica historia babilonia hasta llegar a sus propios días, que escribió también con nueva gramática, sobre mejorados materiales y bajo celosas medidas que buscaban la preservación de los documentos. Los persas lo atacaron cuando Nabónides, incapaz de ceder en su impulso relator, se empeñaba en referir sus propias e imaginarias hazañas militares. Se cuenta que el último rey de Babilonia murió de tristeza, derrotado y rechazado por los suyos, en una prisión persa.

Nadie entendió entonces por qué Nabónides daba la espalda a la supervivencia del imperio para dedicar sus últimos esfuerzos a asegurarle un futuro escrito. Difícil conocer también hoy sus razones, pero imagino pocos motivos más nobles para escribir: salvar la propia memoria del olvido y la destrucción.

La escritura, la literaria, más que propósitos, tiene motivaciones. Su motivación inicial sea tal vez la más pragmática: la necesidad de comunicación directa con otros hombres alejados por el espacio o por el tiempo. Nació así como una reelaboración, una transcripción del fenómeno oral en otro idéntico pero con una diferencia radical: era perdurable. Su razón de ser fue desde siempre una lucha contra lo efímero.

Después, todo siguió siendo transcripción. Escribir es reescribir y reescribir no es más que volver a decir, con nuevas gramáticas y en formatos más o menos efímeros, nuestro eterno terror a desaparecer, a olvidarnos, a confundirnos con todo lo que ya no es: el horror al vacío que nuestra voz deja en el mundo apenas nace.

Nabónides, sugiere Arreola, fue un visionario. Los cilindros de arcilla en que protegió sus documentos sobrevivieron, en algunos casos, mejor que las mismas piedras que daban firmeza a los templos y hacían temibles los fortines que defendían su imperio. Pero el monarca fue ante todo un rey nato que vivió su reino como otros hombres viven la memoria propia. Se resistió con todas sus fuerzas a la amenaza de la historia y buscó, en la medida de sus fuerzas, la permanencia de su pueblo y de su lengua a través de sus textos.

No es banal la lucha contra lo pasajero. Se trata de un enfrentamiento con lo eterno ausente, con lo inasible, lo que en el mismo momento de concretarse desaparece, se fuga al recuerdo. Lo oral es a la vez concreción y consumación de la idea. La escritura es el arma humana que la persigue sin tregua pero sin jamás darle alcance.

La aparente contradicción contemporánea que encarnan las tecnologías de la ubicuidad – el término es de Jean-Christophe Valtat-, que pretenden dilatar lo local y lo fugaz hasta los límites de nuestra percepción y entendimiento, confirma en el fondo la urgencia primaria que nos ha traído hasta aquí: la incapacidad de existir que padece el instante nos produce un tormento indecible. La multiplicación de imágenes, sonidos y textos instantáneos que se pierden con la misma rapidez con que nacen no es un cambio de estrategia, es una medida desesperada. La farsa del instante dilatado es una escritura enferma de arrogancia tecnológica que pretende ganarle al olvido por velocidad, sabiéndose vencida en contundencia. Una apuesta por alcanzar primero los cien metros en un inacabable maratón. La liebre inexperta y altiva ante la tortuga impasible.

¿Para qué entonces escribir? ¿Para qué ese eterno enfrentamiento con lo sobrehumano? ¿Para qué descuidar lo que nos luce ganado e ir en busca de lo fugaz y lo inasible? No tengo respuesta. Yo sólo guardo la esperanza de que escribiendo – no habría forma de dejar de hacerlo, de cualquier manera - la urgencia de las tantas preguntas nos resulte más habitable y la idea de la consumación de nuestro instante menos temible.


(Texto publicado en el número agosto-septiembre de la revista Tierra Adentro)



20.6.09

Los esclavos


Tuve el honor de ser invitado a presentar el libro Los esclavos, de Alberto Chimal (Almadía, 2009). He aquí el texto que me atreví a leer para la ocasión:





Golo, uno de los personajes de la novela Los esclavos, de Alberto Chimal, frecuenta un chat de adeptos al sadismo. Cuando se aburre de leer las historias que ahí encuentra, se decide a escribir sus propias experiencias y publicarlas en línea. Recibe entonces, casi siempre, la misma crítica de los ciberlectores: sus textos no tienen mucho éxito porque “dan la impresión de no ser excitantes”.
El narrador de Los esclavos se parece, al menos en un aspecto, a Golo: por su escritura se tiene la impresión de que lo narrado no lo excita de manera especial. Pero es justo esa frialdad a la hora de describir escenas que en realidad son atroces, lo que nos provoca un desasosiego picante y nos impulsa de una página a la siguiente, hasta terminar con la última. A menos que yo tenga esa impresión por no ser muy adepto a los chats de contenido sádico. Pero lo dudo: antes de redactar este texto visité un par de estos sitios virtuales y de la experiencia concluyo que, al contrario del narrador de Los esclavos, los sádicos escriben horriblemente mal.
Pero volvamos a la novela. La historia, como anticipa el título, es la de unos esclavos. Dos esclavos sexuales: Yuyis y Mundo, quienes no sólo comparten su condición de sometidos, sino el hecho de que ninguno de los dos busca dejar de serlo. Yuyis por ignorancia, Mundo por elección.
Yuyis vive aislada, escondida de las demás personas por su ama, velada a los ojos de los demás, que ignoran no sólo su situación sino incluso su existencia. Como no se sabe esclava, nunca ha pensado en dejar de serlo. Mundo en cambio es exhibido, tiene vida social y, en ocasiones, reconocimiento. Aunque esto no parece importarle. Le importa obedecer a su amo, recibir órdenes y cumplirlas, en particular si son dolorosas y humillantes.
En esto los dos esclavos se diferencian, pero ambos viven por la voluntad, el deseo y capricho de sus amos. No lo cuestionan, no lo enfrentan. Los esclavos no tienen derecho a desobedecer, ni a expresarse, ni a sentir. Tampoco a tener su versión de los hechos, ni mucho menos a contarla.
De manera que la narración queda en manos de ese narrador inconmovible. Esa voz impertérrita ante las atrocidades que transmite. Ella también ha aceptado la esclavitud que narra. No sólo no la denuncia, sino que la preserva con tanto ahínco como los dos amos: Golo y Marlene.
Golo, el exquisito adinerado, el perverso ilustrado que frecuenta exclusivos círculos de desviados como él con el orgullo y pompa de quien tiene acceso a una corte real. Marlene, la pornógrafa fracasada, humillada y dejada, rencorosa e ignorante, quien debe esconderse para satisfacer sus apetitos. Ellos esclavizan y son a su vez sometidos por su propia necesidad irreprimible de someter a otro. Dedican su vida entera a la realización de esta obra, secreta o pública, motivo de orgullo o vergüenza.
Revelar más detalles de la situación de los esclavos es revelar demasiado sobre la novela. Baste decir que en ella se describen estas dos relaciones amo-esclavo, desde su inicio hasta su final, y se sugiere un desenlace que puede o no pertenecer a la historia, puede o no ser motivo de alivio.
El narrador discurre por entre las escenas de estas dos relaciones, independientes entre sí, con la tranquilidad del paseante. No respeta linealidad. Los distintos tiempos del relato desfilan libremente, casi a capricho, lo mismo que las escenas, que son breves y punzantes, como desordenadas polaroids de lo grotesco. La narración las remite en un presente claro y aséptico, como registradas por un repentino flash que irrumpe en una habitación oscura en la que tiene prohibido entrar.
Las cinco partes del texto no respetan la cronología de los hechos, ni siquiera el orden alfabético de las letras que las intitulan. Los fragmentos de que se componen dichas partes aparecen rigurosamente numerados, pero su ir y venir entre el pasado y el futuro se muestra igual de aleatorio. El relato no respeta ni el orden que sugiere para sí mismo.
En esta concepción del transcurrir narrativo la ubicación temporal de las escenas no es importante para la interpretación del sentido: el paso del tiempo no altera la realidad narrada, porque esta realidad es inalterable. Los personajes son tan esclavos al inicio como al final, y las alteraciones introducidas por el paso del tiempo no resultan más que en simples cambios de decoración.
Pero esta estructura narrativa es también, y quizá principalmente, producto de otra circunstancia: en esta novela todo es esclavizante. Todo es sometimiento. Mundo y Yuyis, en el fondo de la pirámide, se dejan narrar y destruir sin oponer la más mínima resistencia. Marlene y Golo, sus amos, los subyugan pero viven, a su vez, sometidos por su propia necesidad irreprimible de someter al otro. El resto de los personajes, quienes desde afuera representan la buena conciencia expulsada de este universo narrativo, sólo intervienen para someter, a su vez, al sistema perverso en que esclavos y amos unen sus vidas, y siempre en beneficio propio. Ni siquiera el amor es libre. Los amantes, cuando los hay, no lo son por mérito o voluntad propia, sino que se someten a la dictadura de la realidad que les dicta una voz superior, irrebatible.
Porque el subyugador máximo, el amo supremo en Los esclavos, es el narrador. A él se someten, como lo vimos antes, la estructura del relato, el tiempo narrativo, el orden anunciado. No es que él los diseñe y ejecute como parte de un plan: los presenta y desarticula ante nuestros ojos. Al narrador se someten también los personajes, a quienes narra con insensiblidad escalofriante, sin tomar en cuenta su vida interior salvo en contadas ocasiones, y entonces sus pensamientos y angustias se nos muestran en su total mezquindad. Que veamos que no merecen compasión, que seamos testigos de que son bajos y merecen ser narrados así, con el látigo en la mano.
Sus vidas son lo que el narrador, embustero y perverso, quiere hacer de ellas en el momento. Por eso se narran en presente, porque narrar el pasado implica enfrentarse a la oposición de lo sucedido, de la historia. El presente no ofrece resistencia: coquetea con el imperativo.
Todo, entonces, se somete a este narrador siniestro pero discreto, distante y seductor. Todo, incluida la verdad de lo narrado, que él se complace en negar y reafirmar explícitamente, en doblegar y restaurar con cinismo, cuando al final de una secuencia reconoce, con una maliciosa sonrisa, que lo que acabamos de leer es mentira. La verdad que de pronto se ve amarrada con cadenas a un aparato mecánico, supliciadas cada una de sus versiones hasta el límite del dolor y del placer.
Pero, ¿quién es este narrador? Desde luego, no se descubre. Asoma, en alguna efímera ocasión, su rostro desvergonzado entre la trama, para luego volver a narrar desde su escondrijo. No es que deba mantenerse incógnito, no es que el miedo rija sus actos. Se muestra y se esconde porque así lo quiere. Porque lo estimula mantenerse aparte, le excita imponernos su voluntad. Lo anima a seguir narrando. Él manda, él ordena. Nosotros, lectores, no podemos cuestionarlo. Bajo el influjo de sus astucias literarias nos hemos convertido, sin darnos cuenta, en uno más de sus esclavos.


6.5.09

Etapas clínicas de las nuevas enfermedades planetarias

1.- Manifestación de la presencia de un nuevo agente patógeno en alguno de los muchos órganos deficientes que le duelen a nuestro aún joven pero acabado planeta.
2.- Detección del agente desconocido, antes que por el sistema inmunológico, también conocido como OMS, por el hipersensible sistema de comunicaciones planetario.
3.- Primeros síntomas del sistema de comunicaciones: secreción excesiva de excitadores de la alarma; inhibición de la hormona de la ética profesional; hipertensión en la glándula de la inmediatez a toda costa.
4.- El cuadro se complica cuando del sistema de comunicaciones la infección pasa, casi inmediatamente, a la columna avaricial del planeta. De ahí el virus tiene puerta abierta a todos los órganos, los más podridos primero.
5.- Los órganos más débiles se contagian con rapidez. Pronto declaran escasez de anticuerpos aptos contra la nueva amenaza. Los órganos sanos cierran las fronteras. El páncreas amenaza con bloquear la emisión de fluidos del hígado porque sospecha que está infectado. El sistema inmunológico advierte que es una estupidez y que sólo adelantará la muerte del sistema entero. El páncreas emite una nota diplomática.
6.- La nota diplomática está, por supuesto, también infectada: infección del centro de gestión de problemas intercorporales. Síntomas: aceleración del ritmo de la estupidez política, agravada por un abrupto paro en la emisión de inhibidores del síndrome de Sed de Poder a Ultranza, un mal contra el cual no se ha logrado encontrar una cura.
7.- A estas alturas las extremidades, que son las que tienen menos defensas, están completamente contaminadas. La extremidad africana no causa problema: se ha cortado el suministro sanguíneo a esa zona y se disminuyó así el riesgo de contagio. Excelente idea. La latinoamericana puede aún salvarse: la aplicación de la medida africana queda a la espera de nuevo análisis.
8.- Los órganos aún sanos, afectados por las deficiencias del sistema de comunicaciones y por la sobreabundancia de imbecilonina y paranoianona en el organismo planetario, se ven obligados a actuar, aunque les duela el codo (un síntoma menor pero al que los órganos que siempre están sanos son muy sensibles).
9.- Buscando una cura a la salud mundial los órganos sanos aplican la fórmula básica de la supervivencia humana: la ley de la oferta y la demanda. Cuando anuncian que sí, que van a trabajar para producir la cura, varios órganos de las extremidades ya no escuchan la nueva.
10.- El sistema de comunicaciones y el centro de gestión de problemas intercorporales, exhaustos ante la enorme demanda a que los somete la enfermedad, comienzan a dar señales de agotamiento. Los efectos de la etapa nueve los afectan otro tanto pues reducen la histeriatosis. Finalmente, el círculo yonqui se colapsa. El sistema inmunológico se da cuenta de que el virus ya no tenía nada que ver con los síntomas que estuvieron a punto de provocar un paro cuerdiaco al planeta.
11.- El cerebro, garante del buen funcionamiento del organismo planetario, ordena celebrar la victoria sobre la enfermedad y acallar las conclusiones del sistema inmunológico.


26.4.09

La mofa de Sempé

En un dibujo de Sempé un pintor contemplativo, el pincel suspendido sobre el lienzo en blanco y, en el fondo, el exhuberante paisaje. Apartada, una mujer comenta a su compañera: “me encanta este momento en el que todo es aún posible”. Hay ocasiones en que el humor francés se me escapa. Ésta parece ser una de ellas. Hay otras, sobre todo si es tarde y ya me tomé varios tragos, en que hasta el humor mexicano me pasa de largo. Tal vez fue una mezcla de ambos casos, pero el dibujo de Sempé más que darme risa me recordó a Oliveira (pensándolo bien, tal vez sí haya estado más cerca del segundo caso), cuando se atormentaba reflexionando, incapaz de levantarse de donde estuviera tirado, en que toda decisión conlleva un sinfín de renuncias. Cualquier elección, sin importar cuál sea, nos deja sin la posibilidad de millones de elecciones. Optar por cualquiera de esas posteriormente no sirve, pues se tratará en realidad de una elección distinta. Si el pintor de Sempé fuera Oliveira, las señoras que tan tranquilas comentan la escena tal vez envejezcan y sean evacuadas a un asilo antes de que el artista se decida a privar a su lienzo de un sinnúmero de caminos posibles. O quizá Sempé esté jugando con el hecho de que sus personajes, siendo eso, personajes, no envejecen y pueden darse el lujo de no tomar decisiones nunca, lo que en todo caso me lleva a Oliveira quien, siendo él también personaje de ficción, fue castigado por Cortázar con el eterno conflicto del discernimiento. Lo que pienso ahora es que en realidad hay algo en el dibujo que se me está escapando. Algún detalle al que renuncié de manera inconsciente por centrarme en la figura del pintor indeciso, elección que me privó de cualquier otra que me hubiera llevado, o no, a comprender la obra. Puede que haya sido el cansancio, o lo poco de mexicano que tiene el humor francés, pero también es posible que, con un escalofrío, me haya previsto a mí mismo a la mañana siguiente, sentado frente al paisaje infinito de la pantalla en blanco, los dedos suspendidos sobre el teclado, solo e indeciso como un cursor. Detrás de mí, una voz queda se mofaría: “me encanta este momento en que...”

24.4.09

La dentadura de Onetti

... se paseó ayer por el Instituto Cervantes en boca de Mario Vargas Llosa. Marito, como él mismo se llama cuando se autoficciona, no tuvo empacho en mostrar el buen estado de esos dientes que, en broma o no tanto, dijo haberle heredado el ya viejo y casi desdentado uruguayo. Se veían en tan buen estado que no pude dejar de preguntarme: ¿y a quién se los va a dejar Vargas Llosa? La lista de candidatos sería larga.
Fuera de eso, la charla con Gustavo Guerrero y Albert Bensoussan en torno al ensayo del peruano sobre Onetti fue cálida y animada. Vargas Llosa definió como "crapulosa" la escritura de Onetti, a quien comparó con Céline y Camus, y de quien dijo fue uno de los que mejor aprovecharon la enorme influencia de Faulkner. Porque hay influencias que pueden ser destructivas, se extendió, como sucede con frecuencia con Borges, que nos heredó toda una legión de "borgesitos", y como sucede también con Faulkner.
Da gusto escuchar a alguien como Vargas Llosa hablar abiertamente de aquello que lo apasiona y lo vuelve apasionante: la buena literatura, y dejar de lado otros temas que también le apasionan pero que no logra volver tan seductores, como la política o él mismo.
En esto estuvimos de acuerdo quienes nos habíamos congregado ahí para escucharlo: Harmodio, Haydée y yo; aunque el consenso no fue el mismo cuando discutimos su traje de leve azul-verdoso sobre camisa rosa y corbata barroca, contraste notorio con la vestimenta más casual y oscura de sus acompañantes. ¿Postura mediática?, ¿afirmación ideológica?, ¿desenfado de estrella literaria? ¿Dónde está Barthes cuando se le necesita?

19.3.09


Este blog reabre sus ventanas con nueva imagen y foto, obra ésta última de Naún González. El escenario es el estudio de trabajo del artista, en donde muy amablemente me hospedó durante unos días. Aprovecho para enviar a él y a Kristine un muy fuerte abrazo y para invitarlos a todos a ver el excelente dossier sobre litertaura mexicana contemporánea que publicaron en línea Mariana Martínez e Iván Salinas. El título es "Voces de México" y el sitio el de la revista francesa Retors. El índice está en francés, pero los textos se publican todos en versión bilingüe.