27.5.07

Anoche fue presentado, en el Instituto Cervantes de París, el cuentario Objetos Encontrados (Castalia, 2007), de nuestro compañero y amigo Marcos Eymar, ganador del premio Tiflos 2007 en la categoría de cuento. En la mesa se lucieron Martín Solares y Jorge Harmodio, a quienes tuve el honor de acompañar. El público lo formaban el Taller de París y demás amigos y amantes de la literatura que nos acompañaron. Aquí el texto que me atreví a leer sobre la obra:

Quien busca objeta, o pequeña guía de minucias capitales. "Objetos encontrados", de Marcos Eymar

Fue en una escena digna de una de sus ficciones que Marcos Eymar me pidió, a mí, un compañero de taller literario, que presentara su libro. Como en uno de los textos que se incluyen en la obra que hoy nos convoca, el ritmo del relato que nos narraba permaneció inalterable, la voz narrativa ocultaba maliciosamente, tras una fría serie de cervezas, el momento impensable en que un personaje, ingenuamente instalado en su cotidianidad, sufriría el apenas perceptible influjo de una existencia paralela que alteraría la suya tal vez de forma definitiva.
Imaginemos la escena: Un tallerista A está sentado ante su copa ya casi vacía, en algún bar cercano a la calle San Denís, pensando en la forma de desanudar un texto inconcluso. Junto a él, el tallerista B rumia en secreto la nostalgia de seguir corrigiendo un manuscrito, ahora arrebatado de sus manos por un prestigioso premio literario, en uno de esos acontecimientos del mundo real que la prosa de Eymar narra con frases esbeltas y precisas. Entonces tallerista B se gira y, como si se tratara de un evento predicho desde tiempos inmemoriales, pide a tallerista A que presente su publicación.
Tallerista A parece en un principio confundido; termina su cerveza y acepta la invitación antes de pedir un nuevo trago para brindar por el momento; se da cuenta entonces, entre el tintineo de los vasos, que algo más grande que la suma de dos talleristas ha sobrevolado sus cabezas esa noche.
Es la realidad, tal como la entienden los cuentos de Marcos Eymar: cruces de destinos en apariencia sin rumbo, o acontecimientos con máscara de azar descubiertos en flagrante delito de cotidianidad que se convierten, en manos de Marcos, en fuente de material altamente literario.
Objetos encontrados es el primer volumen de cuentos publicado por nuestro compañero Eymar. En él se incluyen trece relatos, todos ellos de envidiable factura, todos ellos hechos de esa materia que Eymar obtiene, en un acto digno del mago que aparece en la solapa de su libro, al transformar lo repetido en único, lo accesorio en esencia, lo encontrado en búsqueda.
Las historias transcurren como una caminata sin rumbo en las calles de una ciudad de altos edificios, parques frondosos y luz minuciosa. Los narradores marchan apoyando con firmeza los pies sobre el suelo, los ojos muy abiertos y el pecho inflamado, en un extraño estado de calma excitación que ritma impecablemente las frases. Tanto, que uno tiene la impresión de que si deja de leer, el mundo se detendrá.
Se diría que en los universos eymarianos la luz tiene peso. Durante sus paseos citadinos a pie o en bicicleta, en sus desvaríos en tren o auto por el campo, la voz narrativa avanza con la mirada dirigida hacia abajo, hacia lo terrenal. Recuenta así en su transcurrir el contingente accesorio que queda atrás con la ilusión del movimiento: reportes meteorológicos, contenedores de basura, el correo publicitario en un buzón, un hombre que tararea O sole mío montado en su bicicleta.
Conforme avanza en su caminata, sin embargo, la voz del narrador eleva su mirada y termina por encarar directamente el cielo, en una suerte de catapulta que lanza hacia el mundo visible todo aquello que se sedimenta en el fondo de la existencia atolondrada de los personajes.
Lo cotidiano, lo rutinario, todo aquello que nos parece demasiado pequeño para pensarlo, como los objetos que olvidamos en el vagón de un tren, o las llaves que buscamos entre los cojines mientras las apretamos en nuestra propia mano, son la ruta a través de la cual la vida real es elevada a la categoría de vida soñada, lo banal se vuelve importante y lo accidental, ineludible.
En Las semillas extrañas, el relato que abre el libro, un doctorando busca, en sus largas sesiones de biblioteca, evadir la exigencia científica de su trabajo y encontrar la escencia de la locura del escritor Guy Michel, mientras que sobre el cristal que lo separa del mundo, el muro de la biblioteca, insistentes pájaros, discretos émulos de Michel, repiten el único acto heroico del que fue capaz el poeta: elevarse sobre el mundo y romperse la cabeza contra la pretensión humana de abarcarlo todo.
En El hombre del tiempo, el reporte meteorológico es hermanado a la autoridad suprema del Tiempo, con mayúscula. El hombre que anuncia las condiciones metorológicas termina, sin darse cuenta, regulando la velocidad con que el paso de los días y las semanas atormentan a un clandestino latinoamericano, refugiado una gran ciudad española, hasta hacerlo capitular en su intento por huir del pasado.
La última vuelta, texto de exquisita factura, narra el conmovedor regreso de un hombre maduro a la ciudad en donde vivió muchos años con su mujer. La embriaguez de la vida citadina y la espera ante trámites administrativos lo guían en silencio hasta el encuentro con una parte extraviada de su propia vida, perdida en las tediosas profundidades de un armario.
Para Eymar, en lo banal y rutinario cabe lo excepcional, lo impensable, la locura. Cuando ésta se apodera del universo eymariano, lo hace a través de esa misma voz, tersa y sensible, clara como la noche que nos deja ver el infinito. El lector, quien se creía a salvo en el interior de su pequeño refugio hecho de frases impecables, percibe con inquietud el huracán que se abalanza sobre él y hace temblar las delgadas paredes que lo resguardaban.
Textos como Cinta roja, Gale, o Ruleta musa, nos muestran a personajes periféricos, místicos o renegados, a través de una mirada que parece al principio querer traducir a un lenguaje terrenal los universos soñados o intuidos, para revelarse después incapaz de contener el embate de lo narrado. El misterio se cuenta a sí mismo a través de una mirada terrestre que renuncia a ser ventana para asumirse víctima y dejarse transformar por el misterio que la motiva.
Lo primero que leí cuando Marcos me entregó, aquella misma noche, un ejemplar de su libro, fue la doble dedicatoria con que abre. Una de ellas es de pertinencia incuestionable. La otra va para el Taller de París, por, dice Eymar, las "palabras tachadas". Después de leer el resultado final, sé que ni tantas fueron las palabras, ni tan certeros los tachones.
Marcos pretende que el paso de estos textos por el taller dejó tras de ellos una estela de románticas negociaciones literarias, un heróico enfrentamiento grupal contra el texto oscuro y las frases hechas, contra la sentencia demasiado larga o la rima interna; no lo veo así, si de algo sirvió nuestra atónita lectura de aquellas tardes, fue para confirmar en la prosa de Marcos el estilo seguro y confiado del que siempre ha hecho gala. Un taller se funda en cierta promiscuidad literaria que da a luz inevitablemente algunas historias con cola de cerdo. Marcos logró conjurar el riesgo.
Y si nuestra intervención en verdad dejó atrás fragmentos de su obra, aunque sean sólo algunas palabras, propongo recogerlas y agruparlas en una antología, que se puede publicar junto al tomo que ahora presentamos, y que podría llevar por título, junto al de Objetos encontrados, el de Encuentros Objetados.
Al releer los textos incluidos el cuentario de Marcos, que en su mayoría leí en las sesiones del taller, cuando ya eran lo que son pero no tenían la fijeza y la circunspección editorial que muestran ahora, encontré en la vecindad de los relatos nuevas razones para seguir pidiendo a su autor nuevos cuentos, y para seguirlo llamando con cariño, el "maestro" Eymar.

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