15.9.06

Josefina tiene en su casa un grillo. Un bicho verde y creciente que se come su ropa y los adornos hechos en tela. Su pasatiempo favorito mientras digiere los pedazos de artesanía, es parase en medio del techo, contemplando hacia abajo el rostro de su coinquilina que lo mira, lo maldice y fuma un cigarrillo. El puto grillo es mudo, se queja Josefina. No canta. Sólo se come mi ropa. Y además debe ser mutante, porque el humo del tabaco no lo mata. Hasta antes de que el grillo se instalara en su departamento, Josefina afirmaba que el hombre es el único animal que soporta el humo del cigarrillo. Nunca se han visto ratas en casa de un fumador, aseguraba. Aunque aclaro que un fumador es alguien que consume tres cajetillas diarias desde hace cuarenta y cinco años, como ella. Pero este grillo no sólo no se muere, sino que vive y sigue creciendo a costa de todo lo hecho en tela; enmudece colgado a mitad del techo, como quien se tira sobre la blanca arena de una playa desierta a disfrutar la penumbra del salón de Josefina. ¿Pero desde cuándo vive ese grillo en tu casa? Cuatro meses, contesta, y su expresión dice que ya conoce la reflexión que se prepara. Al grillo no debería quedarle mucho tiempo de vida, pero si sigue creciendo de esa manera deberá tomar muy en serio una página de Internet, donde se anuncia que en no recuerdo qué valle los grillos del lugar, grandes y coloridos, se venden en hasta 10 dólares. Son dos cajetillas de cigarrillos en esta ciudad, dice ella mientras mira hacia el horizonte. Luego olvida el asunto y se pone a fumar, esperando que el grillo cabrón se muera o por lo menos cante. Yo la observo y me doy cuenta de que, yo también, tengo en mi casa un grillo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No nos dejes sin leerte no seas pinche egoista

Anónimo dijo...

tendra uno que serguir hablandole ? merece nuestros comentarios?
Lo pensare
Pintura