19.4.07

Rutina Zen

Imaginen que por una semana deben organizar su día a contracorriente con el mundo: despertar a alrededor de las tres de la tarde, no por la insistencia de un despertador sino por la sensación de que la vida llama a la puerta; intentar en vano dormir un poco más, pues aún el cansancio duele en las extremidades; salir de cama con resignación y tomar un desayuno que nunca se sabe si debe ser leve o prolijo; tratar de escribir un poco contra la luz que pierde beligerancia; intentar aprovechar los últimos minutos del horario de oficinas para atender asuntos administrativos; tras lograr poco o nada en el apartado anterior, dudar entre salir y por fin ver un rostro amigo o atender las ocupaciones domésticas; por fin no aguantar más y salir a la calle, que se llena de gente que vuelve a casa, y unirse hambriento a gente que ya comió, o llegar satisfecho a una cena extrañada; comenzar apenas a sentirse calentito cuando el reloj marca la hora de partir; llegar a media noche frente a esa computadora y permanecer ahí siete horas, solo con un teclado y una conexión directa a todo el mundo menos a su propia ciudad; permanecer así hasta las siete de la mañana; salir a la calle y ver rostros blancos y húmedos; llegar a casa cuando ya no hay nadie, cenar viendo el amanecer; ajustar la cobija emergente contra la ventana para que no deje colarse ni un rayo de mundo, oculte lo mejor posible el barullo del hombre que quiere escabullirse como una cucaracha hasta la cama; meterse bajo las sábanas y cerrar los ojos; disfrutar, como todo el mundo, de un merecido sueño; abrir los ojos sin necesidad de despertador...

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