6.3.07

La oficial me dijo tome asiento, y me coloqué frente a la pantalla de una computadora. Ella dijo:
- Vamos a comenzar con una descripción, ¿qué tipo de fisonomía tenía el hombre?
Lo hemos escuchado, visto en las películas o leído en novelas policiacas, pero cuando uno lo vive en carne propia se da cuenta de que no es nada fácil describir, detalle por detalle, el rostro y cuerpo de una persona a la que sólo se vio por unos segundos y con los sentidos alterados por la rabia, el miedo o la indignación, o todos ellos juntos.
- Pues, era grande...
- ¿Tipo europeo, caucásico, mediterráneo, surafricano...?
- Pues, verá...
Agente experimentada, la mujer - tipo surafricano, grandes labios y cachetes carnosos, ojos negros y aburridos - no tardó en darse cuenta de que yo no tenía idea de cómo describir a mi atacante. Cuando al final dije "europeo", la oficial marcó, en el programa de la computadora, además del indicado, los tipos caucásico y mediterráneo.
Otros rubros, más o menos complicados, se sucedieron: ¿cara cuadrada, redonda, oval, rectangular?, ¿nariz aguileña, respingona, chata?, ¿ojos, cejas, cabello, bigote, berrugas, piel, barbilla...?
Luego de algunos minutos y bastante confusión, el sistema reunió en un listado las fotos de personas que, según su base de datos, correspondían a los datos que le dí. La agente me pidió que las mirara con atención y le dijera si identificaba al agresor.
Viendo aquella larga lista de rostros, parecidos hasta cierto punto pero a la vez completamente distintos unos de otros, comencé a sentir el mismo mareo que me invadió la noche del asalto, ya a salvo y frente a la pantalla del cine, a mitad de la película de Lynch que no quise perderme a causa de un asalto.
En Inland Empire, uno de los elementos que ayudan a crear el clima de aturdimiento - además de las tres horas inmisericordes que dura el filme - es la omnipresencia del rostro de Laura Dern, encarnando con versatilidad impactante a varios personajes, o las varias vidas de un posible único personaje.
Cuando observaba la foto número setenta comencé a creer que toda esa caterva de agresores en potencia eran un mismo rostro en diferentes situaciones, un mismo Lauro Dern acusado por distintas víctimas de cometer delitos varios. ¿O era tal vez como en Palíndromas, de Todd Solondz, aquella otra película perturbadora en la que diferentes actrices representan al mismo personaje a lo largo de una misma historia, dejando al espectador al borde primero de la nausea, y de la histeria después? ¿Todos esos rostros, de tipo caucásico y nariz recta, de piel blanca y labios pequeños, todos a un metro ochenta del suelo, no eran las distintas caras de un mismo agresor universal, inalcanzable y ubicuo, escurridizo e incomprensible como Lynch o Solondz?
No supe cuántas fotografías vi. No supe cuántos de aquellos rostros eran el mismo que el anterior o si eran diferentes entre ellos, del de la agente o del mío mismo.
-¿Entonces...?
- Preguntó ella.
- No, le dije. No es ninguno de ellos.

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