16.6.06

No recuerdo el tema, pero la charla con D era agradable y fluida. Estábamos de pie en el interior de la última pieza. En eso E, amiga de D, se acercó y, mirando a su amiga con ojos chispeantes, dijo:

- Vine desde la cocina y no socialicé con nadie en el camino.

D llegó esta noche acompañada de E y de otro amigo, R, a quienes no había visto nunca. Me pareció que E no articulaba muy bien, pero en cambio sostenía con firmeza el vaso de vino en su mano. No comprendí bien el sentido de aquella declaración. El camino desde la cocina, que incluía el paso por dos piezas llenas de gente burbujeante y parlanchina, debía ofrecer no pocas oportunidades de socializar. Si eso era lo que E estaba en realidad buscando.

- ¿Por qué no socializaste? – preguntó D sonriendo.

- Pues no sé, yo sólo caminé y cuando llegué aquí me di cuenta de que no socialicé con nadie.

Seguía utilizando el verbo socializar. Pensé que se trataba de alguna instrucción repetida por su psicoanalista. Como detrás de la leve mueca de molestia creí ver que ella también sonreía, le dije, cuidándome de sonreír a mi vez:

- Pues muy mal. Vuelve a la cocina y hazlo de nuevo.

E giró sobre sus talones y desapareció entre la gente, rumbo a la cocina.

Volteé a ver a D, que reía de muy buena gana. Aunque estaba algo sorprendido, preferí no hacer comentarios al respecto, y la charla con D siguió su rumbo despejado durante algunos minutos. Al poco tiempo, E apareció de nuevo frente a nosotros:

- Lo hice otra vez.

-¿Qué cosa? – preguntó D.

- No socialicé – respondió E esta vez sin expresión en el rostro.

D soltó una nueva carcajada.

- No te preocupes – dijo al final. – La tercera es la vencida.

E me miró con sus ojos ya un poco cansados, giró sobre sí misma y volvió a desaparecer entre la gente. No volví a verla hasta bastante más tarde, cuando la vi hablando de algo que D y ella habían hecho juntas, y que al parecer la persona que la escuchaba no lograba comprender. Al final, cuando me acerqué para despedirme de los presentes, la vi de pie, junto a la mesa de los vinos y de la música, sonriente y despreocupada. D reía a pocos pasos de ella. Antes de dejar la habitación le dirigí una última mirada. E me siguió con la vista, observándome fijamente como a si fuera yo alguien muy extraño.

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