25.3.06

Excursión a Alfortville

Nos perdimos en Alfortville. Recorrimos durante poco más de una hora las calles de esta ciudad, embebida en la zona suburbana de París, bajo una lluvia intermitente y puntillosa, sin lograr que alguien nos diera una información válida. El Teatro de Alfortville parecía no haber existido nunca. El 80 por ciento de los interrogados afirmó, con una frase rápida y evasiva, no conocer el rumbo. ¿Tan mal visto es vivir en Alfortville? Nos preguntábamos. ¿O qué es lo que hace que las calles de esta extraña ciudad se pueblen de forasteros nerviosos? Fue finalmente un barman - dios bendiga a los bares y sus barmen - quien, saliendo de detrás de su barra, nos indicó cómo llegar a la calle Anatole France. La obra había por supuesto comenzado, pero por suerte con retraso, y Arul y yo pudimos ver la segunda mitad del espectáulo.
Ana, que sobresalía en el coro, junto al escenario, nos miró con seriedad significativa caundo nos vio buscar un asiento. Desde luego no podía sonreirnos mientras interpretaba una melodía tan dramática, a mitad de una obra de Brecht. Pero había en sus ojos algo que buscaba respuestas. Yo puse cara de yo no fui y señalé a Arul, aturdido por el impacto de las voces y aquellos rostros deformados por el maquillaje.
Cuando la pieza terminó, uno por uno todos los integrantes del coro y los actores, e incluso el director, me preguntaron por qué había llegado tan tarde. La puerta estaba situada justo frente al escenario, y habíamos tenido el buen tino de entrar en un momento de calma y exceso de iluminación, de modo que todos se dieron cuenta. Para colmo la excusa de Arul pronto perdió fuerza, pues se enteraron de que él había llegado un día antes a la ciudad, y que el que tenía las indicaciones para llegar al teatro era yo.
Sólo uno de ellos, a quien saludé al final, acercándome mansamente con una excusa en la punta de la lengua, no se percató del retraso. ¡Ah!, le dije frente a Ana, buscando un punto a mi favor. ¡Por fin uno que estaba concentrado en su trabajo, en lugar de estar pendiente de la puerta de entrada! Extrañado, él contestó: Para nada, soy de lo más distraído. Lo que sucede es que soy miope y no veo un carajo.


1 comentario:

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

No fue fácil, pero encontré el libro. Ahora falta que el movimiento social me deje llegar hasta él. Intrigado me armo de paciencia. Un saludo.