16.5.06

Piñado contra impiñable

En el noroeste de México los autóctonos utilizamos un término de significado curioso, del que no conozco traducción al castellano oficial, ni a los argot de otros países de habla hispana, ni a otras lenguas. El término, aunque en realidad se trata de toda una familia de palabras, gira en torno al verbo “piñar”, que significa algo entre inspirar, impresionar o seducir, por un lado, y fascinar, engatusar o hasta casi embrujar, por otro. Con mucha frecuencia se usa el reflexivo “piñarse”, lo que habla del carácter participativo de aquel que sufre la “piñazón”, aspecto importante para definir los matices del término. Así, alguien puede piñarse con un grupo musical, con un deporte o deportista, con una ideología o con un autor. También con un amigo, una mujer o algún poderoso. El “piñado” no es sólo un admirador, un fan o un devoto. Es más que todo eso junto y, al mismo tiempo, es algo distinto. El “piñado” participa activamente en su “piñazón” (términos todos estos reconocidos por el lexicón culichi), aunque no siempre está listo para mostrarse consciente de ello. La piñazón es, además, una especie de afección. No se trata de un estatus neutro. El piñado está afectado de un estado anormal, del que en algún momento deberá salir, aún si por un tiempo se asume esa piñazón como propia de su carácter. Piñarse viene a ser algo así como auto-obsesionarse con algo, a conciencia pero fingiendo demencia, sin que esto llegue a ser una patología o un rasgo psicológico definitorio. La piñazón es casi un accidente al que todos, al menos todos los culichis (¿todos los sinaloenses?), estamos expuestos.

Desde luego, el sólo hecho de que el término exista y sea utilizado con frecuencia provoca la automática aparición de un tipo de culichi antagónico al piñado: el antipiñado, o impiñable, término éste que no existe en el habla normal, y que tal vez nunca exista, pero que se me ocurre ahora utilizar. El antipiñado es entonces una especie de escéptico poco o nada capaz de entusiasmarse con nada, especialmente con todo aquello que entusiasma normalmente a los “piñados”, y todo esto por mera vocación. Así, el impiñable vive para descalificar los entusiastas arrebatos del piñado, y trata de ridiculizarlo frente los demás. En esta actividad se nos va buena parte del tiempo y de las borracheras.

Pienso en todo esto porque hoy, como me sucede con frecuencia, recordé el consejo que me dio un buen amigo, por supuesto culichi, cuando le dije que me iba al extranjero: “loco, píñate mucho”. Por más que le doy vueltas, no logro esclarecer el significado de tal consejo. Y no es que no se me ocurran posibles interpretaciones, pero me hace falta una con un mínimo de sentido, como supuse que exigía el momento en que el consejo me fue dado.

Aunque la verdad todo esto me viene a la mente porque me preocupa que, en últimas fechas, y aquí me permito parafrasear al poeta, cuando me quiero piñar no me piño, y a veces me piño sin querer.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ese morro ta bien piñado con las chichis de la morra de la esquina, ahi donde está el abarrote donde pasan las hummer quemando llanta, hijoelachinga' ta bien machin esa madre, no ocupa ni que le pongas el pie y ya arremanga, bien cajeta compa.

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

¡Perro bichi, eres un poeta!