18.5.06

Una extraña aventura

En cuanto salí, a la vuelta de la e-squina, me topé de frente con Plebón, Crispo, Grabby y el señor Ud. Estaban los cuatro radiantes de calor y de bebidas alcohólicas, aunque extrañamente ligeras. Traían entre manos un plan para sabotear algo, pero aún no sabían qué. Pasamos un excelente momento reconociéndonos, recordándonos y contándonos chistes viejos. Ellos cómodamente instalados en la inercia de la noche, yo sorprendido por el encuentro, con el calor de la cama aún encima. La visión de aquellos rostros, tan lejanamente cercanos, me teletransportó. A medida que alguno de ellos movía la pequeña cámara de video, mi cuerpo se dispersaba más entre los píxeles inasibles, hasta alinearme con el nuevo ángulo de captación. Piensen ustedes en un telescopio largo como un trasatlántico, cuyo objetivo debe ajustarse para ver las dos caras de una moneda inmóvil. Así se esforzaba y ajustaba mi vista desorientada, lagrimeando de vértigo. Y mientras desde el lado de allá fluía la noche y se acababa la cerveza, del lado de acá el día se extrañaba y mi sangre sufría sed. Fui el habitante único de una estación espacial, girando alrededor de su mundo. Fui la Laika de mis sueños juveniles. Fui abducido por un ovni intraterrestre, uno que recorre el planeta en busca de habitantes desfasados. El encuentro me abandonó sobre mi silla, frente a mi pantalla, con los ojos hinchados de viajar. Miré el reloj. El tiempo retomó su curso, pero ya no fue el mismo.

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