23.1.06

De cómo y cuán bien se me quiere

Sartre dijo que la literatura sólo existe como acto social. Sólo se concreta cuando el círculo creativo y de comunicación se cierra con la lectura. Un escritor sentado frente a su cuaderno o PC no es literatura. Tampoco lo es una excelente edición de un texto de Bolaño o de Kawabata, dispuestos en un lugar de honor en una biblioteca. Un impaciente lector que le roba horas al trabajo para leer a Coetzee tampoco es literatura, pero con ese sólo acto permite que ésta por fin despliegue su magia y su poder. La escritura, el texto y el acto de lectura son igualmente necesarios para que ese ciclo que se llama literatura pueda existir, con su doble carácter de efímera, por su manifestación, y eterna por su influencia.

La literatura se reconstruye, así, cada vez que un lector cierra de nuevo el ciclo. Y esto es posible decirlo no sólo de la literatura, sino de cualquier proceso comunicativo. Se dice que vivimos en una sociedad de la información. Todo a nuestro alrededor son mensajes, signos que recibimos e interpretamos de manera consciente o inconsciente. El hombre contemporáneo se enfrenta a millones de mensajes al día, y esto, afirman algunos, lo ha vuelto, frente al poder de la comunicación, menos inocente que el hombre de cualquier otra época.

Es curioso que recuerde todo esto mientras observo, frente a mí, el regalo que recibí hace poco. Se trata de un gorilita de peluche color café, sentado con sus piernas y brazos, regordetes y acojinados, extendidos hacia el frente. De entre sus piernas surge una enorme banana, pelada a medias, que le llega hasta la barbilla y que sostiene con ambos brazos, como abrazándola. Sus ojos están bien abiertos y sus pupilas miran discretamente hacia el lado derecho, como si vigilara que nadie se acerque y lo descubra con semejante banana pelada entre las manos.

No pude evitar sentir alegría cuando lo recibí. Creo que nunca me habían regalado un mono de peluche tan particular. Pero luego pensé en nuestro tiempo, en los signos y en la inocencia perdida ante la comunicación, y en silencio me pregunté qué demonios significaba aquello. Desde luego no significa lo mismo ahora que si me lo hubieran regalado durante mi infancia o (por suerte no fue el caso) en mi adolescencia, ni quiere decir lo mismo que si, en lugar de una joven despreocupada, me lo hubiera regalado una tía lejana o un jalisquillo de reputación dudosa.

Dejo para otra ocasión el comentario de las opciones interpretativas que me cruzaron por la mente, y me limito a compartir el nombre que he pensado darle al simpático gorila: Branly. Aunque tal vez habría que aclarar que branler, en este país, se lee como la expresión vulgar de "provocar placer sexual excitando las partes genitales con ayuda de la mano".

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