3.1.06

Un día con los vecinos

Los buenos días llegaron temprano. A eso de las cinco de la mañana. La cogida fue intensa. El parqué chirriaba sobre nosotros y sobre él chillaban la cama y ella. No duró mucho. Por suerte estábamos cansados y no fue difícil volver a conciliar el sueño.

Por la tarde los mismos vecinos de arriba decidieron darse en la madre con el mayor escándalo posible. Otra vecina se asomó a la puerta, dijo que nunca los había escuchado pelearse así. Con frecuencia la despertaban sus chillidos de amor. Sí, a nosotros también. Pero los gritos que ambientaban la triste conversación esta vez no tenían nada de placenteros. Parecían más bien el sonido de una película de terror. Desesperados, intentamos llamar a la puerta. Los gritos adentro seguían como si nada de este mundo, el del lado exterior de la puerta, pudiera alcanzarlos. Entonces decidimos llamar a la policía. En el interior del departamento los gritos se acercaron a la puerta. Forcejeos. Una mano temblorosa intentó asirse al cerrojo. Más gritos, más fuertes, más golpes. Insultos. Alguien en nuestro lado comenzó a llorar de impotencia.

El arribo de los agentes fue un poco decepcionante. Llegaron durante una pausa en las hostilidades. Llamaron a la puerta. El hombre abrió, los invitó a pasar (en defensa de mi oposición al chismorreo con fines no profesionales debo decir que todo esto se escuchó hasta nuestro departamento). En estas construcciones los ruidos son comunitarios, así que alcanzamos a distinguir el murmullo de conversaciones más bien calmas. Tal vez hasta inteligentes. Finalmente los agentes se fueron con la misma cara de androides con que llegaron.

Y ya. No supimos más.

Cuando una hora más tarde decidimos salir a dar un paseo para calmar el nerviosismo – la escena debe haber durado cuarenta minutos, y algo en nuestro interior aún temblaba –, y esperábamos de pie frente a la puerta transparente del elevador, los vimos pasar en el interior de éste, en dirección al piso superior. Bajo la luz pálida de la cabina se veían sanos y cansados, jóvenes e indistinguibles del resto de los vecinos. Apenas nos dirigieron una mirada de androide casi policíaca antes de perderse de vista comenzando por la cabeza. La imagen de sus piernas perdiéndose en el techo fue su forma de darnos las buenas noches.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Violento ano nuevo.
Yo me quebré enguinse la mano a causa de dos cachetadas y un combo en el hocico que le di a un franchute que oso decir que pinturita era una de esas...y que ademas no era divertida!Habré sido yo tu vecina?
Feliz Ano!!!y Viva la Vida y Abajo los pendejos.

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

pues sí empezó con enjundia el año. justo ahora que venía en el metro me tocó otra cachetiza. no debíamos estar contentos luego de tanta fiesta? y bien hecho con el francho. a pintura no se le toca.