12.1.06

La llave y el siglo

Albert Hofmann describió, en su libro My problem child (McGraw-Hill, 1981), un memorable trayecto en bicicleta entre árboles danzantes, calles sin destino y una luz de brillo inédito hasta entonces en la cultura occidental. Ese día de abril de 1943, Hofmann había tenido contacto por accidente con la dietilamida de ácido lisérgico, sustancia que había él mismo sintetizado en su trabajo para los laboratorios Sandoz, en la ciudad de Basilea. Después de ese primer encuentro, en el que él mismo confiesa se creyó envenenado, el misterio de la experiencia lo empujó a repetir la operación, tomando esta vez sesudas precauciones. A ésta siguieron nuevas repeticiones, ahora entre amigos, artistas e intelectuales, y de este proceso nació un conocimiento suficiente, aunque limitado, para discernir la amplitud del fenómeno ante el que se encontraba.

Albert Hofmann (izq.) y William Burroughs
(http://www.hofmann.org)

Es conmovedor ser testigo de cómo un científico, en el más puro sentido de la palabra, con su razonamiento meticuloso y su forma de cuestionarlo todo, se rinde a la evidencia y reconoce que una simple sustancia puede desencadenar en el hombre experiencias y percepciones nunca antes sospechadas.

Esta sustancia se dio conocer después a nivel mundial por sus siglas en inglés, LSD. Se utilizó en investigaciones de terapéutica psiquiátrica, con resultados muy diversos y poco controlables. En los años sesenta se convirtió en la droga de moda de los movimientos hippie, y en 1967 el enfrentamiento político de éstas con el stablishement condujo a su prohibición, incluso para la investigación médica.

Hofmann criticó siempre la utilización del LSD dentro de los ritos viciados de la cultura de masas occidental. Reprobó la prohibición de que fue objeto e, incluso ahora, sigue luchando por su legalización para usos psiquiátricos. Y aunque tal vez va demasiado lejos al afirmar que los psiquiatras son los gurús, los guías espirituales del occidente actual, no deja de ser admirable la apertura y honestidad con la que desde siempre se ha acercado a los efectos del psicotrópico.

Ayer Hofmann cumplió cien años de vida. Retirado en una pequeña ciudad de su natal Suiza, se dedica a jugar con sus bisnietos y a espantarse los moscardones del periodismo con la cola de su larga experiencia, como la gran vaca sagrada que es. Y a cada uno lo regresa a casa con el mismo mensaje que busca transmitirnos desde 1942: el problema no es la llave, sino lo que escondemos dentro.

Feliz cumpleaños, Albert.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ver tambien, la cancion del acido lisergico de "Les luthiers" llamada "acido, acido, acido" tocada al son del bombo argentino. Pintura

Anónimo dijo...

Hay shawn... el correo internacional es nuestro amigo.
Ya sabes mi dirección.