10.1.06

Se acercan. Los escucho avanzar lenta, percutivamente. Provienen del lado de la estación de trenes. Deben ser ocho o diez. No son muchos pero se levantan temprano. Ocho de la mañana y su oido cercenado se impacienta, necesita sentirse vivo. Primeros calentamientos: golpes de pico, pala o martillo. A medida que se desperezan, retoman confianza y le pierden respeto al silencio que la noche depuso con toda su fría serenidad. La grúa primero, la fuente eléctrica después y por último, ¡ah! el plato fuerte del desayuno, el taladro manual, el enorme y magnífico falo metálico que una y otra vez luchará contra la acera de castidad, arriba abajo con todo hasta penetrar voluptuosamente la húmeda y secreta carne de la madre tierra, hacerla volar en pedazos gritando al mundo su masculina victoria. Los escucho, los siento en mis pies, en mi silla, en mi cabeza. Pronto los veré moverse en linea recta hacia mí, invencibles, llegar hasta los pies de mi quinto piso y hacerme correr a pesar de mi resistencia, obligarme a saltar por la ventana o por el cubo del elevador y entonces no huir sino unirme a ellos, azotar el martillo, echar a andar la planta, sostener el gigantesco taladro y dar por fin salida a toda la animalidad que llego dentro, que retengo porque este mundo está hecho de privaciones, y fundirme en la vibración imparable de una violación perpetuada y suprema, penetrarte y escupirte y golpearte y hacerte estallar por el aire hasta por fin vaciarme, olvidarte yacente sobre los fríos escombros del mundo. ¡Ah!

2 comentarios:

Oswaldo Zavala dijo...

Violación con ayuda de un taladro me parece la actualización más pertinente del empalamiento medieval. Buen provecho Gastón!

Anónimo dijo...

UY, que bueno que no soy obrera.