31.1.06

El lejano ecuador

Hoy me desperté con el pecho oprimido por el peso de los grados centígrados que se nos fueron. Durante la noche escuché su paso apresurado camino hacia el sur, donde los llama la samba o las cuecas, los koalas y canguros, las piñas y el ayahuasca. Descubrí en mi cuerpo atropellado, revolcado, pisoteado por la manada histérica, las marcas de las espuelas que usan para emigrar, pequeñas y filosas. Difíciles de curar. Tuve aún fuerza para gritarles que volvieran, con la esperanza de convencer por lo menos a media docena de ellos de quedarse, pero ni la teoría de la traslación de la tierra ni la ratificación del tratado de Kyoto fueron argumentos que valieran. Los vi partir. Eran los últimos que quedaban. No tuve más remedio que cubrirme las heridas y salir a la calle, seguir a la multitud que erraba en busca del rayito de sol perdido. Hacia mediodía comenzó a correr la voz de que un medio grado había sido visto cerca de los jardines de Luxemburgo. No estaba lejos. Me dirigí ahí a toda velocidad. El lugar estaba lleno de gente postrada alrededor de la fuente. Desconsolados lloraban, frente a la enorme pila de hielo en donde se reflejaba el palacio del Senado, la partida del último medio grado rumbo al ecuador.
Miguel Tapia Alcaraz

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Al parecer, según Le Parisien, esta semana el éxodo será tal, que acabaremos debiendo entre 2 y 3 grados diarios. Cómo le hace uno para sufragar la deuda? Dónde habrá que ir? Me pedirán la Carte de Séjour?

Anónimo dijo...

y yo sin internet... obligada de buscrame un jovencito!!!

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

leo y constato... tras los grados que siguen partiendo de esta inhóspita ciudad, se va hechizada la poca cordura que nos queda, como ratas tras flautista de amelín, como incautos tras francesas repatriadas.