22.1.06

A mi gorro

Compré un gorrito, un sombrero, una boina. Es de pana color negra, con una visera corta y un botón pequeño en lo alto. Los sombreros no sólo sirven de adorno. Son también una protección para la cabeza. Sobre todo en invierno. La mollera es una de las partes del cuerpo por donde más perdemos calor. ¿Qué necesidad tendrá la mollera de dejar escapar tanto calor, que estos meses es tan necesario? Será tal vez la ausencia de músculos en la zona. Los músculos, con su movimiento, son fuente de calor. Por eso es fácil mantener calientes los brazos y las piernas. Basta con ponerlos en acción durante un tiempo y pronto sentimos cómo el flujo reconfortante de calor nos recorre como una caricia. Aunque luego la mollera se empecina a dejar escapar lo que con esfuerzos el cuerpo logró acumular. En la cabeza sólo se pueden poner en acción las neuronas, pero por lo visto éstas no producen mucho calor. Por más que intento pensar en un tema complicado, como el futuro de la humanidad o la existencia de Marilyn Manson, la mollera no más no se calienta. Y lo que es peor, ya entrado en consideraciones tan seductoras, con frecuencia me alejo demasiado del presente inmediato y pongo en peligro mi boina misma y por tanto mi temperatura corporal. Me ha sucedido al menos tres veces esta semana. Sentado en un vagón del metro, me entrego a reflexiones o ensueños que son más profundos mientras más largo es el viaje. Cuando llego a la estación destino, me levanto y salgo del vagón con la elegancia que me caracteriza, pero no tardo mucho en volver la cabeza al sentir una cierta agitación, y escuchar detrás de mí voces como: “Monsieur, votre bonnet! (Señor, su gorro)”, o “Monsieur, le chapeau, monsieur” (Señor, el sombrero). Y me doy cuenta entonces de cuán funcionales y sacrificados, cuán protectores, incluso en formas insospechadas, son estos gorritos. Llegan al extremo, cuando a uno se le va la cabeza, de ponerse en peligro a sí mismos tirándose al suelo del vagón con tal de llamar nuestra atención y hacernos volver a la realidad. Nos salvan así de perder tiempo en fabricar hipótesis insanas, así como del peligro real de ser atropellados por un fúrico motociclista al intentar cruzar en ese estado algún boulevard. Definitivamente, en días tan fríos no puedo menos que sentirme feliz y afortunado de contar con tan cumplido gorro.

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