19.12.05

Café de ensueño

Con frecuencia bajo al café de la esquina y me pongo a escribir. Me gusta porque es un café grande, con un pequeño salón al fondo casi siempre solitario. Y sobre todo porque los meseros son, si no simpáticos, al menos no pedantes: serviciales y precisos, parecen trabajar con el objetivo de lograr que el cliente disfrute su café como si estuviera solo, con el espectáculo del café como fondo.

Durante mucho tiempo fueron los comentarios de otras personas los que me hicieron saber que por las noches ronco. Algunos opinan que es apenas un tímido ronroneo, otros que un ruido molesto que les impide dormir. Pero mientras no fui testigo de mis propios ronquidos las diferentes descripciones que los demás hacían me parecían divertidas.

En el barrio del café Parodi hay algunas escuelas, una estación de trenes, muchos mini comercios, algunas zonas de inmigrantes y mucha población mayor. De modo que la clientela habitual es muy variada. Se ven jóvenes estudiantes, turistas que huyen de los MacDonalds, algunos inmigrantes y sobre todo muchos jubilados. Y también un perro, parte de la familia silenciosa que se encarga del café.

La primera vez que me escuché roncar a mí mismo fue durante un viaje en avión. Yo estaba tan fatigado que en cuanto me senté que me quedé dormido. Me despertó un rugido extraño, tan fuerte que abrí los ojos desconcertado. Pero en el instante la tranquilidad de la cabina me calmó, y pensé que tal vez había soñado con aquel ruido. Apenas unos segundos más tarde me volví a dormir, sentado y con la cabeza colgando sobre un costado. No tardé mucho en despertar con un sobresalto parecido, ante un nuevo rugido, hacia la calma de los pasajeros que leían o conversaban bajo el zumbido de la nave.

A la hora que llego el perro está echado bajo una de las mesas del salón del fondo. Las sombras y las patas de las sillas camuflan su pelo moteado de negros y marrones. En los momentos en que la escritura me sume en un estado de ausencia cercano al sueño, un rugido profundo y largo me congela frente al texto. El recuerdo de aquel viaje en avión me viene a la memoria, y me creo durmiendo y roncando, para molestia o diversión de los demás viajeros. Me digo que debo despertar, pero cuando busco sin éxito el avión y su zumbido, y me veo obligado a escuchar con más atención el rugido que aún prevalece, el oído me lleva hasta el rincón bajo las sillas en las que el perro moteado duerme apaciblemente.

He experimentado muchas sensaciones emparentadas con el sueño o sus perversiones. Pero esta somnolencia múltiple, tan particular que me impide escribir una palabra mientras permanece, es algo fuera de lo común. Al ensueño de la escritura se une la incómoda conciencia de los propios ronquidos, revividos en los pulmones de un perro, a la anestesia del avión en el aire y a los clines de las cucharitas contra las tazas. Y todo sin tener hacia dónde despertar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo no molesto a nadie cuando ronco, porque soy solita. la primera vez que me escuche estaba en mi cama, solita,a si como soy y la vida quiere y en fin. Solita pegue un salto y me asute de los ruidos horribles que salian de mi boca.
Pero esta verguenza no es nada comparada a la de roncar y en el mismo momento quebrar tu cama sin que el peso de nadie lo provocara. Cosa que ya me ha pasado dos veces.
Me encanta tu blogg, Viva Miguel Mierda!!!!

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

Gastón, solita, Gastón. Y gracias. Voy a intentar lo de roncar y romper la cama a la vez yo solo, debe ser una experiencia inolvidable.