30.12.05

De rúbricas y recuerdos

Cuando era joven pasábamos buena parte de nuestro tiempo tratando de descifrar el secreto de los Grandes. Nos robábamos frases o ideas de las entrevistas que se publicaban, y luego hacíamos interminables borracheras en las que intercambiábamos nuestros hallazgos. Con el tiempo se fue haciendo claro que lo que en realidad buscábamos era una fórmula secreta para vivir la vida, aunque no fuera tan grande como la de aquellos Grandes que admirábamos.

Una noche alguien dio con una frase que se me quedó grabada: Uno debe ser capaz de firmar hasta su más pequeño acto. Eso era la filosofía de la vida de no recuerdo qué Grande. ¿Tú serías capaz de firmar todo lo que has hecho hasta ahora? Nos preguntamos aquella noche unos a otros. Todos contestamos, luego de unos segundos de reflexión, que no. No sólo había algunos actos que no firmaríamos, sino que negaríamos categóricamente haberlos realizado.

Recuerdo esto porque en este país, y para hablar de lo que conozco directamente, en este edificio en el que vivo, la gente es muy dada a firmarlo todo. Tanto, que para que no quede duda de la autoría, prefieren escribir todo en ves de simplemente decirlo, con tal de que la firma quede estampada.

Si alguien por descuido deja mal cerrada la puerta del elevador, un vecino firmará una petición para que se ponga más cuidado. Atentamente el señor fulano de tal. Si por error o negligencia alguien deja su bicicleta de manera que estorba el paso a un departamento, recibirá a su vez un papelito en que se le pedirá que no lo vuelva a hacer. Cordialmente la señora sutana. Y así la gente lo escribe y lo firma todo aunque lo que tengan que decir sea una estupidez. Alguno deslizará bajo cada puerta su alarma ante la vista de un ser extraño en la planta baja del edificio, alguien quien no respondió a una pregunta sobre su asunto en ese lugar y que seguro ni siquiera hablaba francés, y que si esto sigue así corremos todos graves peligros y el Señor nos ampare ante la catástrofe que se avecina. Patriotamente su vecino mangano de tal.

Tratando de seguir esta tradición, hace dos días pegamos un cartelito junto a la puerta de entrada del edificio. En él informábamos de una reunión que esa noche se realizaría en nuestro departamento. Y por supuesto, atentamente nosotros mismos. La cadena de rúbricas se rompió a las doce de la noche, cuando la portera se presentó ante nuestra puerta en bata de dormir y se olvidó de firmar la rápida amenaza que nos lanzó de viva voz de llamar a la policía si seguíamos haciendo tanto ruido.

No sé si los habitantes de este edificio conozcan el principio del que hablé al inicio. Pero estoy seguro de que han firmado más actos de su vida que cualquiera de los que estábamos en aquella lejana fiesta de mis años mozos. Y estoy seguro de que eso no los ha ayudado a adquirir ninguna grandeza.

De todas formas ya sospechaba yo que aquella frase tenía más que ver con el conocimiento y aceptación de uno mismo que con una voluntad en extremo perfeccionista. Me pregunto qué pensará ahora el resto de los que aquella noche nos hicimos la misma pregunta. Aunque si en este momento me preguntaran de nuevo si firmaría todo lo que he hecho, creo que aún diría que no.

¿Y usted?

1 comentario:

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

ahí y en los baldíos culichis, sobre todo el que estaba junto a la casa del gero