3.12.05

Roma ciudad abierta

“Roma, ciudad abierta” es una asombrosa película. Ni la pantalla pequeña, ni la mala calidad de la imagen (que en algunos pasajes es casi extrema), ni la distancia temporal y por lo tanto técnica impidieron que, después del superado impacto, me preguntara: ¿pero qué carajos, qué hacen los señores de Hollywood con sus cientos de millones de dólares para que sus producciones sean tan frecuentemente tan inferiores a esto?

Que no se me tome por renegado de un cine que me alimentó de fantasías, de maravillamientos entonces huidizos, de motivos de charlas inacabables, de oscuridad suficiente para contactos reveladores. Me confieso adepto y víctima de la monstruosa Meca. Pero hay momentos en los que uno no puede evitar sentirse engañado (en realidad se trata de un desengaño, pero apenas pasado el asombro, duele más el velo que ha quedado sobre el suelo que la luz que invade violenta los ojos), y preguntarse: ¿pero qué carajos, qué piensa un tipo como Jerry Bruckheimer, un gigantesco cheque en la mano, cuando recuerda el momento en que vio su “Roma, ciudad abierta”?

No se puede pedir a todo el mundo el talento de Rosselini. Pero me resisto a creer que entre la inmensa cantidad de cineastas en ciernes no hay algunos talentos comparables a los del italiano. Y existe sin duda el suficiente dinero y sed de glorias ajenas, y una moral lo bastante cómoda para comprar legiones enteras de cineastas sin futuro.

Pero tanto se niegan unos a comprarlos, para qué buscarle tres pies al gato, como los otros a venderse antes de ver humillado al comprador. Muy legítimas ambas posturas. Pero mientras tanto el arte de más impacto sobre el planeta se hunde con todo y palomitas. Argumentar que a Rosselini el Público no lo quiere ver, cuando millones soportan a Eminem con tal de salir de casa me parece insostenible.

El tiempo apremia. No cabe esperar gran sacrificio por parte de los bruckheimers, y se corre además el grandísimo riesgo de que a alguno de ellos, en un afán por lavar su conciencia, se le ocurra hacer su remake de Rosselini. Es necesario actuar cuanto antes. Por ahora se me ocurre sólo una solución:

¡Por el futuro de las masas, cineastas talentosos del mundo: venderos!

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