28.12.05

La enfermedad del tiempo

El tiempo anda mal. Para intentar sanarlo, el Hombre le inyectará un segundo vía intravenosa justo a la medianoche del próximo treinta y uno de diciembre. Y es que el tiempo, como todo, también cambia. En su camino a la extinción, la Tierra hace también lo suyo y año con año varía casi imperceptiblemente la duración de su movimiento rotatorio. Es decir, cada año dura un poco más que el anterior.

Sin embargo yo tengo la impresión de que las cosas suceden exactamente al revés. Cada vez los años duran menos. Como las lavadoras o los carros, o las guitarras o los libros. Pero éstos al menos tienen la ventaja de ser cada vez más baratos, al menos en apariencia, mientras que los años son cada vez más difíciles de vivir. Esto deja ver que el tiempo, a pesar de la excelente campaña publicitaria que le regaló Einstein, no ha aprendido a cotizarse en nuestra sociedad de consumo y se ofrece, año con año, degradado y encarecido.

O el tiempo es un gran imbécil, o es un gran altermundialista. Después de todo, no es como si los estudiantes de la preparatoria de Batopilas hicieran una manifestación contra el imperialismo económico de los EE.UU. frente al quiosco de la plazuela. El tiempo es influyente. Sus berrinches contra el libre mercado se dejan sentir en todo el mundo.

Con la afirmación de que el tiempo está enfermo, sin embargo, no puedo sino estar de acuerdo. ¿Cómo se puede explicar, si no, que lo que apenas viví ayer lo recuerde como si hubiera sucedido hace meses? ¿Cómo explicar el retraso, a veces de días enteros, de la mente respecto al cuerpo en un largo viaje a más de 800 kilómetros por hora? ¿Cómo aceptar, si no, que el tiempo inyectado en nuestras vidas por un sueño corto e intenso nos envejezca más que semanas enteras de vida real?

El tiempo está cojeando. Lleva retraso respecto a la vida. Un segundito, dicen los expertos. Un pequeñísimo segundo, insignificante para todo lo que no se rija por la tecnología de punta, incomprensible y globalizada. Inyectémoslo pues, no faltaba más. Nosotros mismos hemos aprendido a aguantarnos la muerte gracias a las inyecciones. Aunque terminemos siempre por retomar el mismo paso torpe y lento, aunque volvamos a vivir irremediablemente atrasados respecto al tiempo, corriendo siempre detrás de él.

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