4.12.05

Faustus in Naboo

Me reuní con un grupo de amigos de la Universidad de Créteil. La sala era elegante y sobre las mesas había botellas de jugo y sidra. Habíamos acordado que yo les hablaría sobre el Doctor Fausto y Frankenstein, que ellos escucharían atentamente, y que luego celebraríamos con una cena.

La historia de Frankenstein todos la recordaban con mayor o menor detalle. Los vi asentir con la cabeza mientras esbozaba la historia del relato original de Shelley. El Doctor Fausto resultó menos conocido. Expliqué que el original Fausto fue un alquimista alemán cuya fama había trascendido fronteras. Se decía que era capaz de convertir en oro casi cualquier metal y de devolver la juventud al más arrugado viejo. Pero sobre todo pasó a la historia por un supuesto pacto con Mefistófeles, mediante el cual podría hacerse con todos los conocimientos secretos de la naturaleza.

Aventuré una comparación entre ambos personajes, y luego pasamos a la también acordada sesión de preguntas. Alguien recordó a Dorian Grey frente a su espejo, alguien más a un perro que gira buscando morderse la cola. Cuando parecía que la curiosidad comenzaba a agotarse, un posdoctorando y políglota filósofo de la ciencia italiano pidió la palabra.

Recordé el momento en que, unos minutos antes, mientras el italiano estaba sentado en mi lugar, haciendo a su vez una exposición sobre lógica matemática, lo vi tener dificultades para hablar. Como sobre la mesa sólo había sidra y jugo de frutas, le acerqué un vaso con jugo de naranja. El italiano lo apuró unos segundos después, y con un escalofrío pude sentir su dificultad para pasar el trago, para despegar la lengua, para retomar el ritmo luego de la empalagosa pausa.

Al verlo con la mano en alto me dije: Ahora sí, se va a vengar. La moderadora le cedió la palabra: "¿Crees que es posible, según lo que acabas de exponernos, identificar dentro del mito faustiano a la figura de Anakin Sywalker?"

Hubo expresiones de sorpresa, sonrisas y hasta una carcajada. El italiano me miraba serio. Desde ese punto preví dos posibilidades: la primera, la susceptibilidad italiana era de cuidado, y el filósofo me ponía en vitrina para después desbarrancarme desde más alto y con más estruendo. La segunda, el colega sólo estaba aburrido y se moría de ganas por irse a ver por décima vez uno de los episodios de la saga aludida, o por lo menos de beberse una copa hablando de él, de preferencia con alguien igual de motivado, y avanzaba una propuesta de discusión para la cena programada esa misma noche.

Por suerte para mí, esta segunda hipótesis resultó la verdadera. Me parece que sí, le dije, algo hay de Fausto en Anankin. Aunque habría que revisar sus verdaderos móviles. ¿Buscaba en el lado oscuro el conocimiento, el poder, o la ilusión del amor eterno? Aunque éstas últimas consideraciones surgieron un poco más tarde, alrededor de migajas de pan, servilletas en bola, ceniceros humeantes, copas llenas de vino y caras rojas, rojas, rojas.

1 comentario:

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

Cidra: 1. f. Fruto del cidro, semejante al limón, y comúnmente mayor, oblongo y algunas veces esférico. La corteza es gorda, carnosa y sembrada de vejiguillas muy espesas, llenas de aceite volátil, de olor muy desagradable, y el centro, pequeño y agrio. Se usa en medicina. (DRAE)
Sin duda se antoja más con "s". Gracias SantiX.