17.2.06

Caminamos por la rivera del río, por un costado de Nuestra Señora, la catedral parisina. Nos acercamos por el lado de la fachada, aparatosamente limpia, chata y brillante como los rostros de las actrices cuando se las ve fuera de la pantalla. Bajo el frío la plaza estaba desierta. Las gárgolas, encandiladas por los potentes reflectores, se parapetaban entre los innumerables vericuetos de los muros, sin atreverse a alargar sus ya estériles cuellos. Al pasar por un costado del edificio, el viento nos dio un respiro. Desde ahí, la enorme tortuga a nuestro lado parecía prepararse para el sueño bajo una luz más lunar.

Llegamos por fin al barco en donde se haría el concierto, más adelante sobre la misma rivera. Cuando entramos, los litros de cerveza con que habíamos preparado la caminata se desperezaron, y se agitaron con el vaivén de las aguas del Sena. Desde nuestra mesa veíamos, sobre las aguas tranquilas, la piedra magnífica del puente de la Tournelle, y detrás de él el culo de Notre Dame, su mejor cara.

La vista era casi acogedora. Tal vez porque a la cara inferior de las piedras de la Tournelle ningún gran poeta le comprometió el color histórico con su memorable inspiración. Pero el cuadro no duró mucho. Entre las piedras y la danza involuntaria sobre el agua, el cambio de presente fue como un tsunami en el estrecho canalizado del Sena.

Sobre la pared del fondo del salón se sucedieron imágenes de la Ciudad de México, alternando días grises y noches de tráfico, ejes viales y edificios de colores. Desde el escenario junto a ellas, Wakal nos hacía llegar ritmos electro, contrapunteado de voces de merolicos chilangos y músicos tepiteños. En la guitarra, Neet-us aseguraba una impro sensual y certera. El chileno Ismael, del otro lado, se retorcía detrás de la trompeta, luchando sobre el ritmo del acordeón norteño como sobre un toro bravo.

La fusión tuvo un efecto demoledor. El cuadro, el barco, la música, el público. El viaje sobre “La balle au bond” fue corto pero intenso, sin soltar amarras nos llevó hasta un cruce de mares irreconocible, en donde lo único que sobrevivió a la tormenta fue un CD cortesía de Wakal y las ganas de una fiesta donde se cante “sólo tengo este pinche disco”.

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