23.11.05

Pedro (otro)

Pedro debe tener unos cincuenta años. Se mueve sin prisa, casi lentamente, y sonríe todo el tiempo con los labios y los ojos. Cada vez que quiere recordar algo deja de moverse, entrecierra los párpados y deja ver un brillo travieso en sus pupilas. Luego, si encontró el recuerdo que buscaba, habla con entusiasmo pero siempre con calma y con una excelente articulación. Con el mismo ritmo entrecortado toma su ropa pieza por pieza.
Yo también tengo pantalones de pana. Pero los míos son negros. El color oscuro sirve cuando uno quiere ahorrarse visitas a la lavadora. A Pedro no le importa tener pantalones color claro. Le gusta lavarlos. Le permite salir de casa. Los que tiene ahora entre las manos son de color azul claro. Los dobla lentamente sin dejar de hablar.
En la escuela que está frente a su casa le dijeron: Vamos a cerrar la cocina, Pedro. Ya no hará falta que venga. Haremos remodelación durante dos años. Le proponemos que tome desde ahora su jubilación. Como Pedro no se fía de nadie, se opuso. Entonces cambiaron de tono, y le ofrecieron quedarse en su casa a cambio de seguir recibiendo su salario. Lo tomaba o se iba a la calle sin nada. A Pedro le pareció extraño. A mí increíble.
Una joven llega. Quiere lavar la cobertura de su cama. Pedro interrumpe su labor, deja los calzones a medio doblar sobre el bulto de ropa. Le explica a la joven todo lo que se pueda saber sobre el lugar. Ella en su dinamismo se desespera. Por fin echa a andar la máquina. Pedro retoma sus calzones. Los estira y comienza a doblar de nuevo.
Pero, ¿qué carajos hace un chef de cincuenta años en su casa? Pedro reflexiona. Pues la comida.
Tú vete tranquila, le dijo Pedro a su mujer. Yo me ocupo de la casa. Desde entonces Pedro barre, arregla el pequeño departamente, hace la comida para mediodía y la cena y a la una ya está libre. Si tiene suerte, el canasto de ropa sucia está lleno y puede bajar a la lavandería. Pedro conoce todo sobre el local. Está muy bien cuidado. Lo sabe porque ha estado en casi todos los del barrio. El precio es más o menos el mismo. Pero además éste es tranquilo. En el que está al otro lado del canal, junto al supermercado, le robaron una cobija de invierno mientras él iba enseguida a comprar verduras. Y aquí no hace frío. Mira, uno llega con su chamarra toda puerca, espera a que se lave, ¡y luego se sale con ella como si estuviera nueva!
Yo también traigo mi chamarra, pero no la metí a lavar. Tendría que haberlo hecho. Pedro mira con atención el lugar mientras renguea sobre su pierna derecha. Podrías haberla metido, aquí no tendrías frío. ¿O tienes frío? A mí no me da frío. Se golpea la pierna. Puro titanio, sonríe. ¿Qué frío me va a dar? Aquí ya no hay nada más que titanio. Y el 14 de diciembre, y se golpea la otra pierna, ¡ésta también se va!
Mi ropa ya está limpia. Me explica cómo meterla a la secadora. Hago como él me dice. Me muestra también cómo engañar a la máquina que recibe los billetes. Pero me dice que no lo haga. En esos lugares siempre hay una cámara escondida.
Pedro espera con ansiedad el mes de noviembre del 2006. No supe cómo, pero consiguió, luego de mucho esfuerzo, y a pesar de que ahora se desempeñaba como fotógrafo periodístico, que lo reinstalaran en su puesto. Sólo que deberá esperar a que terminen los trabajos de remodelación. Mientras, le hará comida a su mujer.
Y ya se va pero, ¡mierda! Afuera ha comenzado a llover. Pedro se recarga sobre su carrito de supermercado, apoya su cuerpo sobre la pierna de titanio. Mira fijamente la lluvia o a través de ella. La sonrisa no se borra de sus ojos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

porque nada es para siempre..y porque hasta Jose Jose cansa,
tienes razon de escribir.
Adivina Viva que?

Miguel Tapia Alcaraz dijo...

chile po hueo!!