30.11.05

Alice in chains vs Mr G

El Comogil se puso de pie y abriendo los brazos me ofreció magnánimo la última antología de Alice in chains. La edición, poco cuidada, tenía la suciedad y autosuficiencia del verdadero rocanrol. Tiempo después, en mi casa, lejos de la borrachera y las discusiones sobre el Síndrome de Han Solo comogiliano, volví a escuchar aquellas canciones que siempre lograron erizarme los pelos. Fui testigo de cómo la voz de Layne Staley, entre robótica y ultratumbosa, se niega a seguir a su portador original a través de las puertas de la muerte, deteniéndose sólo un paso atrás, en el limbo de los efectos profundos de la droga.


Pero no fue sino hasta la cuarta o quinta vez que metí el disco al lector que me di cuenta de la catástrofe. Justo después de la magnífica Would, última pieza del disco Dirt, se me apareció, como el alma de un colgado a quien se privó de santa sepultura, no el fallecido Staley sino Kenny G!
Sí, por encima de mi incredulidad, de mi irritación y de mi dignidad ofendida, se elevó desde las bocinas el sonido de un saxofón omnipresente, fluído como el aceite de ricino, dulce como un te quiero de thalía, suave como mierda fresca bajo el zapato.
Adelanté la canción tan rápido como pude, sólo para toparme de frente con una nueva pieza del intruso. Un avance más y caí en las garras de la peor versión posible de
Take five. Fue demasiado. Me negué a seguir explorando la antología, temeroso de encontrar horrores aún más grandes.
Desde entonces sigo víctima del atentado, y sólo soy capaz de escuchar los temas que estoy seguro que corresponden a los Alice, y pienso en lo mal que está este mundo cuando alguien es capaz de atentar contra la capacidad de ser feliz de una persona inlcluyendo mañosamente a Mr G en una antología de este tipo.
Mis disculpas al buen amigo Comogil, pues sé que no era su intención hacerme pasar este mal trago. Pero habrá que estar conscientes que el rocanrol editorial produce tantas maravillas como basofias, sobre todo si uno se aventura a impulsar su búsqueda hasta el barrio de Tepito o el Eje Central en el DF.
Tal vez sea cierto que los derechos de autor son el derecho divino de las modernos monarcas del arte popular. En ese caso Mr G sería un emisario poderoso encargado de castigar nuestro atrevimiento tepiteño con horribles torturas, crueles pero bien merecidas.

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